lunes, 13 de mayo de 2013

LLERENA Y SAN ISIDRO LABRADOR EN EL XVII




Según la tradición, San Isidro nació hacia 1080 en los alrededores de Madrid, desarrollando en su entorno actividades agrícolas como gañan empleado de un rico hacendado. Cuentan que una buena parte de la jornada se dedicaba a la oración, sin que por ello existieran mermas en el cumplimiento de sus obligaciones, pues mientras rezaba un ángel se encargaba de guiar y hacer una perfecta besana con los bueyes de arada, que parecían esmerarse conducidos por tal celestiales manos.
Con estas noticias, no es de extrañar su beatificación en 1619 a instancia de la corona, que necesitaba testimonios tan ejemplares como el de este labrador. Pocos años después fue elevado  a los altares, eligiendo el 15 de mayo como día señalado para su fiesta en el calendario litúrgico.
Siguiendo la leyenda, tampoco es de extrañar la devoción que le profesó el pueblo madrileño, nombrándole su patrón protector y erigiendo una ermita en su honor, que más adelante inmortalizaría Goya en uno de sus cuadros.


Igualmente fue elegido como santo protector por el poderoso gremio de agricultores y labradores, celebrándose con solemnidad y festejos campestres el día de su onomástica, como ocurre en Llerena y en una buena parte de los pueblos cuya economía gira en torno a las actividades agropecuarias.
Pero si profundizamos en el tiempo, no encontramos entre los documentos custodiados en los archivos históricos de Llerena datos que nos indiquen que la fiesta de San Isidro fuese una de las señaladas como votiva u oficial del calendario local en siglos precedentes.  Ni el licenciado Morillo de Valencia ni Cristóbal de Aguilar, dos cronistas llerenenses del XVII[1], refieren nada al respecto. Este último, en el Libro de Razón de 1667 que se conserva en el Archivo Municipal, relaciona todas las fiestas locales oficiales, sin que encontremos entre ellas la dedicada a San Isidro.
Eran las fiestas de las Letanías las que entonces se ofrecían para que la divinidad tuviese a bien derramar la gracia precisa sobre los campos, garantizando buenas cosechas y pastos. Por ello, el día de San Marcos de cada año, con la concurrencia consensuada mediante estricto protocolo de los cabildos concejil y eclesiástico se organizaba una procesión hacia los ejidos donde se ubicaba la ermita en la que se veneraba a este último santo, bendiciendo los campos y cantando las letanías. Al margen de este acto señalado en el calendario festivo y religioso de Llerena, también ante circunstancias ocasionalmente desfavorables para la agricultura y ganadería local (climatología adversa o plagas de langostas) se recurría a Jesucristo por mediación de su Santísima Madre, Ntra. Sra. de la Granada, celebrando novenarios y procesiones reclamando la ayuda precisa[2].
No obstante lo relatado, en las actas capitulares del cabildo concejil llerenense encontramos dos referencias sobre San Isidro Labrador. La primera de ellas corresponde a 1657[3], concretamente nos referimos al acta capitular del 26 de diciembre. En el desarrollo de la citada sesión los oficiales tuvieron noticia de que S. M. pedía una limosna para la edificación en Madrid de un templo dedicado al glorioso San Isidro. Tanto el rey como los de su consejo de hacienda sabían de las dificultades financieras de los concejos[4], por lo que, intuyendo de antemano que no habría dinero disponible para tal limosna, adelantaban la forma de financiar dicha ayuda, concediendo facultad para que en cada pueblo sus oficiales estableciesen el arbitrio que más le conviniere, pero que en ningún caso dejasen de aportar la limosna señalada. Y establecer un arbitrio siempre significaba agobiar a los súbditos, bien mediante sisas o recargas sobre el precio de los productos básicos de consumo o arrendando a particulares los aprovechamientos de las tierras concejiles, en lugar de distribuirlas equitativamente entre el vecindario, como se contemplaba en las ordenanzas municipales. Pues bien, en esta ocasión el cabildo acató una vez más los deseos reales, aceptando dar la limosna de los 300 ducados reclamados (3.300 reales, cuando el jornal, si se presentaba la oportunidad, estaba entre 2 y 3 reales). Para su pago decidieron establecer como arbitrio el de adehesar (reservar sólo para pastos, en beneficio de mesteños y ganaderos locales, pero en perjuicio de los agricultores) el baldío de Buenvecino, sacando sus aprovechamientos de hierbas y bellotas a subasta pública, con la condición de que el ganadero que mejor puja estableciera adelantaría los 300 ducados de la limosna.
El templo para el que se destinaba la limosna no corresponde a la ermita que ya el pueblo madrileño había costeado para celebrar veladas y romería en sus alrededores. Se trataba de la actual Colegiata de de San Isidro, monumento que se estaba edificando a mediados del XVII, es decir, en las fechas que nos ocupan.

 

La segunda mención a San Isidro corresponde al libro de actas capitulares de 1694. En la sesión monográfica del cabildo del 12 de abril de dicho año los capitulares tomaron el siguiente acuerdo:
Que por hallarse el tiempo tan adelante y no haber llovido en muchos meses, por cuya falta se hallan los campos y sembrados con grande esterilidad, se haga rogativa a Nuestro Señor por la intercesión de su Santa Madre Ntra. Sra. de la Granada, patrona desta ziudad, haziendo altar donde pongan la ymagen con toda diligencia y culto y se continúe con octava a la que asistan las comunidades (de eclesiásticos,) como es estilo en semejantes rogativas, para conseguir la lluvia deseada (…) haziéndose el último día (de la octava) la procesión general por las calles, como es estilo…[5]

Pero la lluvia no hizo acto de presencia con la urgencia que se requería, por lo que días después, el tres de mayo decidieron sacar en procesión la imagen de San Isidro que se veneraba en el convento de la Concepción, mandando Dios en dicho día la deseada lluvia. Por ello, en el pleno celebrado el 10 de mayo siguiente los oficiales hicieron constar esta circunstancia en el acta correspondiente y, como muestra de agradecimiento, decidieron celebrar con solemnidad su festividad. Textualmente:
Por la falta de agua que se a esperimentado en esta ziudad y su comarca se acordó que el día tres del presente mes se sacara en procesión general la ymagen de San Isidro que está en el convento de Ntra. Sra. de la Confección, como se executo, en que se a experimentado el haver llobido espresamente y continuasse el tiempo faborable para el logro de las cosechas de pan y remedio de los ganados, causa principal para el remedio común; se acuerda que, en hacimiento de gracia deste veneficio, asista la ciudad el día quince deste mes que es el de su adbocación a su fiesta por la mañana y a la tarde se haga procesión general…[6]



[1] MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “Cronistas llerenenses del XVII”, en Actas de las X Jornadas de Historia, Llerena, 2009.
[2] En la época que tratamos, al poder establecido le interesaba y defendía la idea de que los males que aquejaban al reino y a sus súbditos derivaban del incorrecto proceder de la condición humana, por lo que, ante las adversidades, recomendaban recurrir en primera instancia a medios sobrenaturales, es decir, rogativas a Dios, que en el caso de Llerena tenían como intermediaria y abogada a Ntra. Sra. de la Granada. Y los llerenenses del XVII se vieron forzados a recurrir a su patrona en numerosas ocasiones de este horrible siglo asociado a la crisis y decadencia generalizada, unas veces para festejar pírricas victorias de las armas de S. M., o para rogarle por el feliz desarrollo del embarazo de la reina, festejar el nacimiento de algún príncipe u otros acontecimientos asociados a la casa real. Igualmente se recurría a la patrona para que intercediera ante su Hijo en épocas de epidemias y plagas. Después, cuando el mal cesaba, se agradecía el beneficio divino organizando actos religiosos de acción de gracia y otros de carácter profano, como luminarias, comedias, corridas de toros…
[3] AMLl, Sec. AA. CC., lib. de 1657 (26/12/1657), fol. 301, fotograma 205 de la edición digital: Limosna que la ciudad ofreció para la fábrica de San Isidro, patrón de Madrid.
[4] Por las fechas que nos ocupan, la inmensa mayoría de los concejos estaban arruinados a cuenta de las incesantes guerras del imperio y la excesiva presión fiscal que se exigía para mantenerlas. Aparte los impuestos ordinarios y extraordinarios, el concejo de Llerena y sus vecinos se vieron forzados a “colaborar” con los intereses de la monarquía hispánica del XVII con unos 100.000 ducados (consumo de oficios, compra de oficios perpetuos e hidalguías, donativos obligatorios, otros voluntarios, ayudas para obras públicas, otras para afrontar los gastos suntuarios de la casa real…), sin contar con la importante partida de los diezmos, que también pertenecían a la corona como titular del maestrazgo y administradora perpetua del señorío de la Orden de Santiago.
[5] AMLl, Sec. AA, CC., lib. de 1694, fol. 39, fot. 81 de la edición digital.
[6] En el doc. anterior, fol. 57 vto., fot. 120 de la edición digital.