viernes, 23 de septiembre de 2016

PLAGAS DE LANGOSTA EN LLERENA DURANTE EL SIGLO XVII


 

        Las plaga de langostas ya eran conocidas y temidas en la antigüedad clásica, llamando la atención de Aristóteles, Plinio y otros sabios de la época, que centraron parte de sus estudios e investigaciones en averiguar el hábitat y costumbres de estos insectos, con miras a extinguirlo o neutralizar sus calamitosos daños; es decir, trataron el problema de una manera científica, indagando sobre el ciclo biológico y el modo de interrumpirlo, por encima de cualquier superstición o fenómeno sobrenatural.

La langosta continuó afectando a la humanidad durante toda la Edad Media, aunque no fue hasta el Renacimiento cuando se retomaron los estudios y experiencias de los clásicos sobre estos ortópteros tan nocivos. Así, en el XVII aparecieron en España los trabajos y opiniones de tres autores importantes, como Jerónimo de Huertas[1], Bartolomé Ximénez[2] e Iván de Quiñones[3], quienes, inspirados en los estudios de los clásicos y organizando las opiniones fragmentarias y las experiencias que surgían al respecto, redactaron sendos tratados sobre el insecto, su ciclo biológico y los medios más efectivos para su destrucción, métodos que, con más o menos orden y acierto, siguieron las autoridades del momento.

Sus investigaciones facilitaron el conocimiento del ciclo biológico de la langosta con bastante aproximación, apreciando que sus primeras manifestaciones, por empezar por alguna parte del ciclo, aparecen en tiempo primaveral y, tras cuantiosos destrozos en los campos, se cerraba a finales de verano. En efecto, a principios de primavera surgían sobre el terreno de los campos infectados por el desove del año anterior unos gusanos (larvas) y mosquillas, que paulatinamente se iban desarrollando y transformando en saltones y langostas, cada vez con más envergadura y habilidad para el vuelo, acompañada de una creciente voracidad y capacidad para desplazarse de unos lugares a otros en bandadas, destruyendo a su paso herbazales, arboledas, mieses, huertas y viñedos. Hacia finales de verano se producía el apareamiento, seguido del depósito y enterramiento de gran cantidad de huevos (desove) reunidos en una especie de canutillo que inyectaban en el terreno y de los cuales emergían las larvas y mosquitas en la siguiente primavera.
 

A principios de XVII Covarrubia definía a la langosta como un animalejo infesto y por mal nuestro conocido, según el daño que hace en los frutos de la tierra, y con tener unas alillas muy débiles suelen levantarse en el aire muchedumbre de langostas que cubren el sol y donde se asientan lo dejan todo roído y abrasado; en fin, plaga y azote de Dios por los pecados de los hombres[4]. Como se aprecia, observaciones nada científicas, centradas en los males que provocaba este despreciable animalejo, resaltando que el pecado y el incorrecto proceder de la humanidad era la causa de estos azotes de la Naturaleza. Por ello, las autoridades civiles, religiosas y científicas del momento entendían la necesidad de combatir la langosta con medios sobrenaturales, pero sin desestimar los medios naturales y lucha activa que se estimasen oportunos. Así lo explicaba Bartolomé Ximénez:

Para el remedio que se deue procurar con más cuidado, que estos años se à puesto, se à de considerar, que solas  dos maneras de remedios tenemos a que acudir, y estas son de tal condición, que la vna no estorua a la otra, y aunque esta pudiera sin aquello las menos vezes nos ayuda sin ella. Quiero dezir, que ay remedios humanos, y diuinos, los humanos no son efecto sin la ayuda de Dios. Y Dios no quiere que dexemos las obras a milagro, porque es tentar a Dios pedirle que los haga. Lo que el Prouerbio dize a Dios llamando, y con el maço dando. Y aunque en todas las obras, que el Christiano intente, y en que ponga mano se á de sauer desta suerte, haziendo de su parte lo possible, y pidiendo a Dios le ayude en la aflición, y calamidad desta plaga de langosta con grandísimas veras, conato, ahinco y diligencia[5].

        Los medios sobrenaturales, tan recurrentes durante el Antiguo Régimen, se proponían desde los estamentos privilegiados (nobleza y clero) aprovechando las circunstancias adversas para aleccionar y reconducir el comportamiento del estamento general de los buenos y dóciles hombres pecheros, entendiendo que la mayoría de la población debía asumir estoicamente el modelo social imperante, aceptándolo y respetándolo. Por ello, ante cualquier desgracia (guerras, episodios de peste, climatología adversa…) se recurría a rogativas, letanías[6], prácticas exorcistas[7]…, concluyendo con cultos de acción de gracia en el caso de que el mal remitiera.

Sin duda, eran los remedios naturales los que contribuían para erradicar o aliviar los distintos episodios de langostas, destacando en primer lugar a la propia Naturaleza, en ocasiones también adversa para el desarrollo de la plaga. Si no se daba esta última circunstancia, entonces había que enfrentarse a la situación con costosos y poco eficaces métodos, implicando a todo el vecindario, por el bien de la causa pública, justificando con este manido argumento la forzosa colaboración de los vecinos en la lucha contra la langosta[8].

Todas estas desgracias y experiencias las padecieron los llerenenses del XVII, según hemos podido constatar consultando los libros de actas capitulares y otros de carácter monográfico que se localizan en el archivo municipal, como los que recogen las cuentas del pósito[9] o los del arrendamiento de hierbas y agostaderos[10]. Por estas fuentes detectamos que el temor a la plaga de langosta siempre estaba presente entre las rutinarias tareas de las autoridades de Llerena, que como medida preventiva más usual e inmediata involucraban a los guardas de campo en la continua observación de posibles indicios y, por lo que les afectaba, también a los labradores, hortelanos y viñaderos. A finales de verano, la vigilancia se centraba en la observación de posibles aovamientos o puesta de huevos[11]. Si se detectaban zonas infectadas, el cabildo solía tomar distintas disposiciones:

-      Ordenar que se roturasen los predios afectados como remedio para destruir y sacar a la intemperie los canutos inyectados en el terreno, exponiéndolos así a las inclemencias del tiempo y al alcance de sus depredadores naturales (insectívoros).

-      Completar la disposición anterior con el envío de las piaras de cerdos del concejo a las zonas de desove, donde, hozando, levantaban, descubrían y se comían los canutos, aprovechándose de su rico contenido proteínico.

-      Enviar al terreno infectado cuadrillas de vecinos, unas veces remuneradas y otras sin remunerar, con almocafres, azadas y sachos para cavar y descubrir los canutos, recogiendo a mano la cantidad de canutos o larvas que el cabildo estimase oportuno[12].

-      Incluso, en cierta ocasión ensayaron en Llerena un método poco habitual, consistente en verter agua caliente sobre el terreno infectado, para cuyo efecto, siguiendo el orden del padrón de vecinos, se reclutaba la gente necesaria para cortar leña, acarrearla hasta las calderas, avivar el fuego y verter el agua caliente en las zonas infestadas.

 
En definitiva, una lucha laboriosa y costosa, muchas veces entorpecida por algunas de las leyes en vigor, especialmente las que defendían los privilegios mesteños, que impedían roturar la mayor parte de los predios del término y aprovecharse de sus hierbas y pastos con los cerdos. Por ello, previamente debían las autoridades locales recabar la facultad real correspondiente para arar los terrenos, facultad que no siempre se concedía. Igualmente surgían problemas cuando se trataba de actuar en las propiedades no concejiles ni comunales, como, por ejemplo, cuando se detectó aovamientos en la dehesa de la Vicaría de Santa María de Tudía, en el actual término de la Higuera, necesitando el permiso del vicario para ararla y llevar allí las piaras de cerdos del concejo[13].

Si no se tomaban las medidas preventivas anteriores, o si éstas resultaban ineficaces, entonces la aparición de la plaga en la primavera inmediata era segura, surgiendo las larvas e insectos en sus primeros y torpes estadios de desarrollo, siendo éste el momento adecuado para recolectarlas a mano, adoptando el cabildo distintas maneras de abordar los gastos derivados. En efecto, cuando la hacienda concejil lo permitía, el concejo se hacía cargo de los gastos precisos en la lucha contra la langosta. Así, en el Libro de Cuentas del Pósito[14] aparece un informe del 6 de febrero de 1624, dando cuenta de la cantidad de dinero que hubo que adelantar de los fondos municipales del del pósito para afrontar los gastos empleados en sofocar la plaga presentada en dicho año, pagando jornales a los vecinos que se prestasen a esta tarea. En total, el gasto ascendió a 3.040 reales de vellón: 1.000 que se cargaron a la Mesa Maestral[15], 124 al Tribunal de la Inquisición[16], asumiendo el concejo el resto.

        Más adelante, cuando la hacienda concejil de Llerena quebró a cuenta de sus deudas[17], el cabildo tomó por costumbre exigir gratuitamente la colaboración de los vecinos, empezando por los más afectados, es decir, labradores, hortelanos y viñaderos. Si la participación de éstos resultaba insuficiente, como así ocurrió en numerosas ocasiones, la obligatoriedad de acudir a la extinción de la langosta se hacía extensiva a todo el vecindario, bajo multas pecuniarias y de cárcel. Así se recogió en el acta capitular del 18 de mayo de 1656[18], en cuya sesión los capitulares manifestaron tener noticias de la presencia de langosta en la dehesa de Arroyomolinos, próxima a los campos de sementera de los Labrados, circunstancia por la que acordaron ordenar a labradores, hortelanos y molineros que saliesen a matarla. Pero como, al parecer, éstos fueron insuficiente, entonces extendieron dicha obligación al resto de vecinos, porque el coger los frutos de la tierra, resulta en beneficio vniversal de todos; y donde el prouecho ó el daño es común y vniuersal, se gastan los propios de los concejos, que para esto son, y para esto los tiene la Republica[19]. Para este efecto, como solía ser usual, se  nombró la comisión de regidores correspondiente y se libró una cantidad de dinero para comprar el vino con el que se solía “obsequiar” a los “voluntarios”.

La mayoría de las investigaciones de carácter nacional que se han realizados sobre las plagas de langostas han tomado como ejemplo más ilustrativo los hechos acontecidos en Llerena durante la terrible plaga de 1669[20], ya recogidos por Publio Hurtado Pérez en la Revista de Extremadura, T. VI, de 1904. El texto, bajo el título “Lo que se obró para el remedio de la plaga de langosta”, dice así:

 

En el año de 1669, gobernando esta ziudad y provincia el Sr. maestre de campo Don Diego de Rueda, caballero de la Orden de Santiago, se dio notizias por algunos labradores que en el sitio y dehesa de Mingarrillo se había reconocido canutillos de simiente prozedida del desobo de la que de otras parte vino el año pasado de 1668, y procurando ir al remedio con la puntualidad que requería la materia, el dicho Sr. Gobernador lo propuso a la ziudad en su ayuntamiento y se nombraron labradores que con sus yuntas, un día por carga de vecindad y otros pagados, arasen dichos sitios para rebolber la tierra y apurasen la simiente; y para que con más brebedad se hiziese se publicó que quien quisiese tomar en arrendamiento dicha dehesa para labor acudiese, como lo hizieron algunos, y se les dio a precios muy moderados.

 

Estas dilixenzias no bastaron, porque en fines del mes de abril de dicho año de 1669, tuvo notizias el Sr. Gobernador, que en dicho sitio de Mingarrillo, las Cardosas, Casa de Pilas, Balhermoso, todos del término desta ziudad, se habían descubierto copiosísimas manchas de langostas que amenazaban total ruina y destruzión en los sembrados, guertas y viñas, no solo para este año sino en los venideros si llegase a desobar; y habiéndolo reconocido su merced por su persona, juntó ayuntamiento donde lo participó, y se dispuso que calle a hecho, sesenta vecinos acudieses cada dos días con lisitrones, azadas y otros ynstrumentos para matar, quemar y enterrar la langosta, en los sitios donde estaban y asistidos por dos regidores por turno…


Sobre este particular, el profesor Cózar Gutiérrez añade:

…que en 1669 en la ciudad de Llerena se dispuso que sesenta vecinos acudieran cada dos días con buitrones, azadas y otros instrumentos para matar, quemar y enterrar la langosta (…) y socorridos los vecinos con un refresco de pan, queso y vino; y así  se comenzó a ejecutar algunos días desde el 24 de abril…[21] 

Naturalmente, en 1669 también se recurrió a las rogativas y otros remedios sobrenaturales:

…Porque no quedase ninguna diligencia que pudiese conducir al remedio de esta plaga, teniendo noticias el Sr. Gobernador de que el concejo de la villa de Almendralejo había traído del reino de Navarra una cantidad de agua pasada por las reliquias del gloriosos san Gregorio, a quien Dios nuestro Señor ha dado virtud para apurar semejante calamidad, y que así se había experimentado en muchas partes y en la dicha villa de Almendralejo, escribió Su Merced a su Cabildo para que habiéndole quedado alguna agua se la remitiesen (…) En medio de todas las diligencias que van referidas, se tuvo noticias de que en el convento de San Francisco  de la villa de Zalamea de la Serena asistía el padre Fray Juan Clemente de Ocampos, religioso de dicha Orden, que tenía particular gracia para detener y ahuyentar con exorcismos y conjuros esta y otras plagas (…) El Sr Gobernador y ciudad le escribieron, con propio y cabalgadura en que pudiera venir, pidiéndole que lo hiciere, a lo que contestó estar con poca salud…

Las plagas de langostas continuaron afectado a los llerenenses, y a los españoles en general, en los siglos posteriores, recogiéndose en las actas capitulares de Llerena alarmas sobre esta particular hasta mediados del siglo pasado.

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FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA:

-      AMLl, leg. 489.4: Libro de yervas (1666-1696).

-      AMLl, leg. 482.1: Libro de cuentas del pósito (1605-1633).

-      AMLl, Sec. AA.CC. libros de actas capitulares correspondientes a 1656 y 1691 a 1695.

COVARRUBIA, S. de, Tesoro de la Lengua Castellana o Española, 1601. Edición preparada por Martin de Riquer, Barcelona, 1943.

-      CÓZAR GUTIÉRREZ, R. “La administración municipal y el control de las plagas de langosta en Albacete a principios del siglo XVIII”, en Revista de la Facultad de Educación de Albacete, 2003.

-      MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “Crisis en la hacienda concejil de Llerena” en Actas de las VII Jornadas de Historia, Llerena, 2006.

-      MALDONADO FERNÁNDEZ, M.La peste bubónica en Llerena durante el XVII”, en Revista de Fiestas Patronales, Llerena, 2015.

-      QUIÑONES, Juan de, Tratado de las langostas mvy vtil y necessario, en que se tratan cosas de prouecho y curiosidad para todos los que profesan letras diuinas y humanas, y las mayores ciencias,  Madrid, 1620.

-      SANZ LARROCA, J. C. Las respuestas religiosas ante las plagas del campo en la España del siglo XVII, UNED, 2008.

-      XIMÉNEZ PATON, B. Discurso de la Langosta, que en el tiempo presente aflige, y para el venidero amenaza,  Baeza, 1619.




[1] Se centró especialmente en  comentar la Historia de los Animales de Aristóteles y la Historia Natural de Plinio.
[2] XIMÉNEZ PATON, B. Discurso de la Langosta, que en el tiempo presente aflige, y para el venidero amenaza,  Baeza, 1619.
[3] QUIÑONES, J. de, Tratado de las langostas mvy vtil y necessario, en que se tratan cosas de prouecho y curiosidad para todos los que profesan letras diuinas y humanas, y las mayores ciencias,  Madrid, 1620.
[4] Covarrubia, S. de, Tesoro de la Lengua Castellana o Española, 1601. Edición preparada por Martin de Riquer, Barcelona, 1943.
[5] Ximénez, Discurso de la Langosta..., capítulo 2, fol. 122r.
[6] Las letanías era una de las festividades incluidas en el calendario oficial de Llerena, celebrándola anualmente por la primavera. Consistía en bendecir los campos, rogando a la divinidad que mandara buena cosecha.
[7] AMLl, Sec. AA.CC., lib. de 1692, fol. 33, fotograma 68 de la edición digital. En la sesión correspondiente, los capitulares manifestaron que la situación era desesperante, por lo que acordaron traer de Sevilla un religioso trinitario para conjurar a la langosta.
[8] Hemos localizado varias reales provisiones sobre este particular en el AMLl. Entre otras, destaca una de 1624 (AMLL, leg. 482.1: Libro de cuentas del pósito (1605-1633)).
[9] AMLl, leg. 482.1: Libro de cuentas del pósito (1605-1633).
[10] AMLl, leg. 489.4: Libro de yervas (1666-1696).
[11] AMLl, Sec. AA.CC., lib. de 1694. En el cabildo del 11 de enero 1694 (fol. 2, fot. 7), los oficiales acordaron que, para atajar la grave crisis del año anterior, los guardas de campos estuviesen alerta y denunciasen la presencia de canutos, obligando a sus dueños a arar la tierra en cuestión.
[12] Ibídem, lib. de 1656 (sesión de18 de mayo), fol.135 vto., fot. 64. En dicha sesión, se acordó desacotar la dehesa de Arroyomolino, obligando a los dueños de cerdos a llevarlos allí, con la finalidad citada. Igualmente, en la sesión del primero de marzo de 1691 (ibídem, fol. 149, fot. 77) se convocó mediante pregón a los vecinos propietarios de cerdos para que los llevaran a los predios infectados, bajo pena de 50 reales aplicados para la cámara de niños expósitos. También acordaron nombrar dos regidores para que, siguiendo el padrón (por su orden), convocasen a 30 vecinos cada día, citándolos a las cinco de la mañana en el portillo de Santo Domingo, desde donde partirían a los campos infestados para recoger larvas y mosquillas. En caso de negarse, se le imponía una multa de 4 reales. Semejantes disposiciones tomaron en la sesión del 9 de mayo del 1692 (ibídem, fol. 33, fot. 68), pregonando que cada vecino debía salir a la extinción de la langosta, entregando al final de la jornada una fanega de langosta en el Campos de San Marcos.
[13] Ibídem, lib. de 1694, fol. 16 vto., fot. 36. En su desarrollo, los capitulares manifestaron tener noticias de que estaba en la ciudad el vicario de Santa María de Tudía, aprovechando esta circunstancias para solicitarle que los cerdos del vecindario entrasen en la dehesa de la Vicaría y se comieran los canutos.
[14]  Ibídem, fol. 84 y ss., fot. 173 y ss.
[15] En buena lógica, pues a esta institución le correspondía el diezmo de los frutos en peligro.
[16] Se negaron a pagar, por lo que hubo que establecer el pleito correspondiente.
[17] MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “Crisis en la hacienda concejil de Llerena” en Actas de las VII Jornadas de Historia, Llerena, 2006.
[18] Ibídem,  lib. de 1656, fol.135 vto.,  fot. 64.
[19] Principio defendido globalmente por los autores citados y recogido en las provisiones reales emanadas para combatir esta plaga.
[20] Como suele ocurrir en estos casos, algún desalmado se llevó la información y el documento en cuestión, faltando del AMLl el libro de actas correspondiente a este año de 1669. Algo parecido ha ocurrido con los documentos que contenían información sobre Zurbarán y con otros muchos relacionados con la Inquisición.
[21] CÓZAR GUTIÉRREZ, R. “La administración municipal y el control de las plagas de langosta en Albacete a principios del siglo XVIII”, Universidad de Castilla la Mancha, 2003.