domingo, 8 de mayo de 2016

ESPLENDOR Y DECLIVE DE LOS DOMINICOS EN LLERENA



                  (Archivo virtual de Defensa, leg. 557)

Siguiendo el importante y ya clásico estudio de Pilar de la Peña (Arquitectura y urbanismo de Llerena, Cáceres, 1991), a principios de 1554 el concejo de Llerena mostró vivo interés en que la Orden de Santo Domingo se instalase en la entonces villa cabecera del extenso partido de su nombre. Para ello, se prestaba el cabildo concejil a ayudarles pecuniariamente en el levantamiento de la fábrica del edificio conventual, cediéndoles además un extenso solar en el arrabal de San Antón, extramuros de la villa, y una parcela de diez fanegas en el ejido aledaño, donde precisamente se ubicaba la ermita de San Antón. Como contraprestación, el cabildo exigía que …al menos un religioso del claustro debía ser docto en Teoloxia, Filosophia y Arte, que ordinariamente lea y haga una lección cada día (…) para que todos los vecinos de esta villa que la quisieren yr a oír lo puedan hacer
 
Portillo del Rosario

El solar al que nos referimos quedaba situado en la parte de la ronda externa de la muralla que caía a la altura del portillo del Rosario (al fondo de la actual calle de su nombre), a unos 150 pasos al frente de dicho portillo y a 200 de la actual Puerta de Montemolín, justo donde estaba ubicada la ermita de San Antón, que el cabildo proponía que quedara incluida dentro del recinto conventual, …porque la Yglesia es muy buena e ay agua junto a ella y está çerca de dicho pueblo para confisiones y sermones y leçiones y enterramientos…
 

Es decir, sobre el plano actual de la ciudad, el edificio, los patios, el jardín y la huerta anexa ocuparía la zona trapezoidal del casco urbano delimitado lateralmente por las calles Convento de Santo Domingo y Convento de San Francisco, atrás, en su lado más ancho, por la calle Convento de Santa Ana, y delante la porción correspondiente del Paseo de San Antón.

Superada la usual burocracia de la época, las obras del convento de San Antonio Abad se iniciaron en 1558, añadiéndole progresivamente nuevas dependencias y acomodando la planta de la antigua ermita a las nuevas exigencias, como afirma Pilar de la Peña, autora que también nos proporciona la noticia de que por aquellas fechas se estaban instalando en Llerena los franciscanos de San Buenaventura y las monjas concepcionistas, éstas prácticamente enfrente de los dominicos, justo al otro lado de la muralla, construyendo su convento en torno a la iglesia y al hospital anexo de la Concepción, ya existentes.

Pocas noticias hemos podido recopilar sobre el convento dominico de Llerena, aparte de lo ya compendiado por Pilar de Peña. Suponemos, porque no se ha localizado información al respecto, que la presencia en la villa maestral del influyente dominico fray Alonso de la Fuente allanaría el terreno para la definitiva implantación de los hermanos de su orden, una vez que a principios de 1572 consiguió el traslado desde Sevilla a Llerena, ocupando en la villa santiaguista el cargo de predicador en el convento de San Antonio Abad, además del rentable beneficio de capellán mayor de la capellanía de Engorrilla, la institución de crédito más importante de la villa, junto con la representada por el convento de clarisas de la calle de la Corredera.

Como ya es conocido, en Llerena fray Alonso se empleó en la pertinaz persecución de lo que su exacerbada ortodoxia consideraba como secta de los alumbrados, adoptando una posición cada vez más inflexible y radical contra ciertos clérigos de celibato relajado en connivencia con determinadas mujeres de vida promiscua, a quienes consiguió llevar a la farsa del Auto de Fe de celebrado el 14 de junio de 1579, que tanto protagonismo le dio a la Llerena del XVI, dejando una huella indeleble en el devenir histórico de la ciudad (más datos sobre el dominico en este mismo blog, bajo las etiquetas: inquisición y/o los alumbrados de Llerena: ¿mito o realidad?)

En 1640, el licenciado y cronista Morillo de Valencia, en su Compendio o laconismo sobre la Historia de la ciudad de Llerena… confirma la importante dedicación de los dominicos a la enseñanza, al considerar en su crónica la enorme figura del teólogo Juan Maldonado, también conocido como Juan de Casas de Reina. Sobre este particular, el licenciado Morillo decía:

Como a media legua de la ciudad de Llerena está el lugar de Las Casas de Reina, que es de su jurisdicción, que no la tiene más que en las causas de menor cuantía, y es su aldea, y como su arrabal , y no será alargarme poner un natural de este lugar en el número de los escritores Teólogos de Llerena, pues comenzó a estudiar en ella y tiene deudos muy cercanos, y no sólo ha sido honra del lugar donde nació, y de Llerena su cabeza, pues ha ilustrado a toda España y a Europa. Comenzó sus estudios en el Convento de Santo Domingo de Llerena, recién fundado, donde se leía Latinidad, y me dijo Francisco de Mena Silíceo, hombre principal, que le había oído al licenciado Fernando Moreno, del hábito de Santiago y cura de la parroquia de Ntra. Sra. De la Granada, que entonces oyeron juntos la Gramática en aquel convento… (más información en manuelmaldonadofernandez.blogspot.com, etiqueta Reforma y contrarreforma…)

Poco después, como buena muestra de las seculares luchas cainitas existente entre los frailes de las distintas órdenes religiosas, la supremacía de los dominicos en Llerena se vio amenazada cuando los jesuitas iniciaron en 1647 los trámites precisos para instalarse en la ciudad, con la decidida intención de fundar un centro dedicado a la enseñanza, en franca competencia con los dominicos. Inmediatamente que los frailes de los tres conventos masculinos de Llerena tuvieron noticias de estas intenciones, trataron de evitarlo. Así, el 28 de noviembre de dicho año, el padre fray Pedro de Castilla (prior y presidente del Convento de San Antonio Abad de la orden de Santo Domingo), el padre fray Antonio Escudero (vicario presidente del convento de San Francisco) y el Padre Francisco Martín de Salavera (predicador y Guardián del Convento de San Sebastián), por sí y en nombres de los religiosos que representaban, otorgaron el poder requerido en derecho al padre fray Alonso de Romera, predicador y guardián del convento de San Francisco de la villa de Hornachos, para que compadeciera ante el Vicario General de la Provincia de León de la Orden de Santiago y contradijera la pretensión de los jesuitas. Alegaban que ya existían suficiente número de clérigos regulares y seculares en la ciudad (APNLl, lib. de 1647, escritura de poder firmada el 28 de noviembre de 1647, ante Cristóbal de la Huerta).

Las autoridades religiosas desestimaron las pretensiones de franciscanos y dominicos, instalándose los jesuitas en Llerena, donde, poco a poco, se rodearon de una extraordinaria influencia y amasaron un importante patrimonio, cuyas mejores joyas estaban representadas por la magnífica iglesia de la Plaza de los Ajos y el extraordinario convento y colegio que la arropaban, donde se impartían enseñanzas de segundo nivel hasta que en 1768,  por motivos de recelos políticos de dudosa legitimidad, Carlos III expulsó a los jesuitas de los reinos de España.

Justo por estas fechas, los dominicos de San Antonio Abad y su convento estaban involucrados en un profundo decaimiento moral y arquitectónico, respectivamente, que concluyó con su desaparición. Entre los muchos escándalos en los que se implicaron sus frailes destacó el asesinato en 1768 de fray Juan de Orellana, su prior, a manos de tres de sus hermanos de hábito, noticias de las que no han quedado resquicios alguno en los archivos de la ciudad, pues según el profesor Salvador Daza Palacios (“Acontecimientos extraordinarios en la ciudad de Llerena, 1767-1772”, en Revista de Estudios Extremeños, T. LVI, nº 2, Badajoz, 2000), por aquellas fechas Llerena fue escenario de múltiples anomalías administrativas, aparte de las seculares disputas protocolarias entre los distintos estamento de la ciudad, de las cuales ya nos hemos hecho eco en otras ocasiones (“Relaciones protocolarias entre el Tribunal de la Inquisición y el cabildo concejil de Llerena”, en Actas de las XV Jornadas de Historia, Llerena, 2015). Entiende el citado autor, como ya también hemos considerado en otras ocasiones, que estas anomalías pudieran justifican el importante hueco documental que aparece en los distintos archivos de la ciudad, vacío interesado que por causas muy diversas se prolongó desde 1766 hasta finales de la tercera década del XIX, y que nos oculta, aparte del crimen citado, un intento de prender fuego a la casa del gobernador, la malversación de los bienes de la Compañía de Jesús a partir de 1767 (algo de lo sucedido relata el profesor Daza al final de su artículo), la aplicación local de la llamada reforma agraria propuesta por los ilustrados durante las tres últimas décadas del XVIII, la desamortización de los bienes de cofradías, obras pías de finales del XVIII, la incidencia de la epidemia de fiebre amarilla de principios del XIX, los sucesos de la Guerra de Independencia, la incidencia en la ciudad del funesto reinado de Fernando VII, el proceso seguido en la desamortización de Mendizábal de 1836…, todo ello en una ciudad que, como centro administrativo de primera magnitud,  acogía y, por lo tanto, producía documentación de numerosas instituciones, como:

-       El tenebroso Tribunal del Santo Oficio, con su cohorte de especialistas en las finanzas, la represión, la tortura y la intolerancia. 

-       La sede casi oficial del Priorato de San Marcos de León, con su pomposa e influyente curia.

-       La de gobernación, con la pléyade de oficiales que participaban en el desarrollo de sus múltiples competencias administrativas (gubernativa, fiscal, militar, judicial, etc.).

-       La tesorería de la Mesa Maestral, con intereses recaudatorios en la denominada Provincia de León de la Orden de Santiago en Extremadura.

-       Y la delegación o tesorería de servicios reales de su amplio  partido fiscal.

A ello habría que sumarle la documentación generada por el ingente número de clérigos seculares y regulares, el empadronamiento de numerosos hidalgos y hacendados, así como el derivado la presencia del poderoso cuerpo de regidores perpetuos del cabildo concejil. En definitiva, seguramente el concejo de los Reinos de España con la mayor concentración de autoridades y personas aforadas en proporción a su vecindario, de tal manera que en unos trescientos metros a la redonda se concentraban las oficinas de gobernación, la sede del tribunal inquisitorial, las dependencias y bastimentos de la Mesa Maestral, las casas consistoriales, el palacio del provisor y su curia, las sacristía de las dos importantes y acaudaladas parroquias (a las que se asociaban un centenar largo de clérigos xxx distribuidos en las distintas categorías propias de la carrera eclesiástica), así como nueve conventos de monjas y frailes cuyos claustros albergaban casi dos centenares de religiosos). En total, algo más de 400 personas asociadas directa o indirectamente con el estamento clerical, a quienes había que mantener decentemente por los 5.048 habitantes asentados en la ciudad (según el censo de Floridablanca de 1787), aunque en opinión de Alfranca (intendente para el Interrogatorio propuesto por la Real Audiencia de Extremadura en 1791), algunos clérigos se mantenían con dificultad, teniendo que emplearse en actividades impropias de su condición, como el contrabando y el estraperlo. 

Centrándonos en los dominicos, el mejor resumen de los hechos acontecido en el convento de San Antonio Abad nos lo proporciona el sanluqueño Salvador Daza Palacios (art. cit.), que toma cartas en el asunto al emprender un trabajo sobre la muerte de una doncella de Sanlúcar de Barrameda a manos de un fraile de esta ciudad, en cuya causa y proceso salió a relucir lo ocurrido y juzgado con motivo del asesinato del prior de convento de San Antonio Abad. El profesor Daza se apoya en un extraordinario documento localizado en la Biblioteca Nacional, que corresponde al Mss. 19.330 (Micro. 5411, ff. 379-383) y que recoge una carta del marqués de Valdeloro (entonces gobernador de Llerena) a don Vicente Domínguez, sintetizando el proceso formado en la ciudad de Llerena en el caso del asesinato del prior. Textualmente, con nuestro agradecido reconocimiento al profesor Daza:

Amigo, dueño y señor: Cumpliendo con lo que ofrecí a V.S. cuando le di aviso de la maldad sucedida en el Convento de Santo Domingo, diré lo que pasta ahora resulta de los autos, aunque extractados.

La causa de los frailes dominicos (en la) que ha actuado este caballero provisor, la remitió el correo al Consejo con testimonio de los autos; de ellos, resultan reos los dos sacerdotes fray Thomas Martin y fray Francisco Cisneros", con el Lego fray Francisco Vegines, confesos los tres así en la muerte de su último prelado, el prior fray Juan de Orellana, como en la del superior que hace cuatro meses mataron con veneno; como igualmente haber dado el mismo tósigo al prior antecedente al difunto; quien a beneficio de su robustez, y al breve remedio de un antídoto, pudo salvar la vida.

En el careo, que duró desde las ocho de la mañana hasta las siete de la noche, se contradijeron mutuamente repetidas veces en algunas materialidades, que no obstan al cuerpo del delito; conviniendo unánimes en que, de (común) acuerdo, le echaron veneno en una tortilla que sirvió de cena a dicho prior difunto. Y que no habiendo surtido el deseado efecto, determinaron matarle de una suerte o de otra; para cuyo fin, buscaron un asesino, el que entrando en la celda prioral con el honesto pretexto de entregar una carta al dicho prior, estándola leyendo, le dio en la cabeza dos golpes con un palo; y cayendo al suelo dicho prior aturdido, huyó con aceleración el asesino.

El modo que estos frailes tuvieron de acabar con su vida, es horroroso: tres veces, se determinaron furiosos a hacerlo; y otras tantas, movidos de las lastimosas persuasiones del paciente le perdonaron, y, curándole las heridas, trataron de ello, llevándole el padre Cisneros a su celda para que en ella se recobrase; pero no contentos los otros dos con haber dado principio a la muerte del dicho prior, quisieron perfeccionar esta execrable maldad; para cuyo fin entraron en dicha celda diciendo al padre Cisneros que inmediatamente lo confesara que no había remedio, que venían determinados a matarle. En efecto, viendo la ceguedad en que el común enemigo los tenía puestos, se vio en la precisión de hacerlo, y habiendo acabado de hacerlo, pudo dicho prior apagar la luz y salirse a los corredores. Entonces fue cuando todos (los) tres, sin que se haya averiguado cual haya sido el primero, le dieron más de veinte puñaladas en la cabeza, con las que expiró, dando en sus últimas razones las vivas muestras de su resignación.

Hecho esto, robaron las arcas, partiendo el dinero con igualdad, como buenos hermanos, como también el chocolate, pañuelos y demás muebles que hallaron en la celda prioral. En medio de esta justificación, se mantienen los reos con una serenidad de ánimo especialmente el lector Martin, que es habilísimo, que exclamó en el careo repetidas veces, hablando con los otros padres:

No nos cansemos, dijo, que esta es disposición del Altísimo para que paguemos en esta vida no tan solamente las culpas que aquí confesamos, sino infinidad de atrocidades que cada uno de nosotros hemos cometido; andar variando, discordes en materialidades, es irritar a ambas Justicias; todos tres somos igualmente cómplices en las dos muertes y en los tres robos, y en haber dado veneno al superior; en apartándose ustedes un punto de esta legal confesión, faltan a la verdad prometida en el juramento, y solo hay la diferencia entre los tres de que yo, en nuestros desaciertos, he facilitado los medios.

Los motivos que el prior difunto dio a estos hombres para este atentado tan horroroso, fueron el reprender paternalmente la estragada vida que traían, diametralmente opuesta a las costumbres religiosas y a la pureza que debían guardar. Y viendo el poco fruto que prometían estas suaves persuasiones, determinó ponerlo en noticia del padre provincial, a cuyo efecto escribió una carta, fiando echarla en el correo al cuidado de un (tal) Don Juan de Arroyo, sujeto de alguna esfera, a quien la cortedad de medios hizo asentir a las solicitudes de los religiosos, a efecto de abrirla, como lo hicieron; cuyo contexto irrito sus ánimos hasta conducirlos a los últimos periodos del precipicio

El dicho Arroyo y (el) Administrador de Correos de esta ciudad dieron, el mismo día de la muerte, una certificación, que está inserta en los autos, en que expresan haber visto el cadáver con un semblante natural, sin que de él se pudiera maliciar la menor violencia en dicha muerte. Añadiendo que olía mal, siendo así que a las diez horas de su muerte se enterró. Este hecho acredita en ambos una suma sandez, aunque perniciosa su facilidad (para) una cosa enteramente remota de su oficio y del conocimiento de su ejercicio y facultades.

El otro lego, llamado fray Joaquín, aunque no asistió a dicha muerte, a lo menos asintió a ella por su omisión; aunque habiéndole hecho cargo (de) por qué no había dado cuenta de lo que pasaba respondido: que porque lo habían amenazado que si decía algo, había de morir también. Este es un lego metido a místico y un gran simplón.

También hay (en esta ciudad unos) gitanos honrados, que dices que dos años hace que estos frailes atacaron a un tal Juan Antonio Suarez, avecindado en esta ciudad, para que asesinase al prior pasado; a lo que se excusó diciéndoles mil oprobios; y que si alguno se arrimaba a él, le había de echar las tripas fuera con las tijeras; y que el no haberlo revelado a nadie fue por el miedo que tenía de que lo matasen: el principio de la conversación fue que lo hacían reo.

Que es cuanto sobre el particular ocurre. B.L.M. de V.S., su mayor servidor, el Marqués de Valdeloro.

Como se aprecia, el documento no tiene desperdicio. Sin embargo, pese a la contundencia del informe emitido por el marqués de Valdeloro (gobernador de partido Llerena y, como tal, juez de segunda instancia) las consecuencias del crimen no llegaron a ser grave para los autores de tanta atrocidad, según palabras del juez sanluqueño que intervino en el caso de Sanlúcar, quedando prácticamente sus autores impune, si bien el convento entró en una etapa decadente de la cual no se recuperaría.

En efecto, en 1798 la comunidad de dominicos de Llerena había quedado reducido a sólo tres hermanos, incapaces de sostener la ruina del ya destartalado edificio. Bajo estas circunstancias, por una Real Orden de 16 de julio de 1798 el convento fue suprimido, pasando sus dependencias y bienes al patrimonio real. En concreto:

-       El edificio conventual y la iglesia aneja.

-      Unas diez fanegas que poseía en sus costeros y traseras, con olivos, tierras de pan llevar, huerto y noria con alberca.

-      Una pieza de tierra situada en el ejido de las Piedras Baratas.

-      Y varios censos o hipotecas, que en conjunto rentaban 1.413 reales anuales.

Al parecer, la decadencia y el desprestigio que para estas fechas afectaban a la Orden de los Dominicos tuvieron mucho que ver en esta decisión real, particularmente teniendo en cuenta los antecedentes relatados y el estado de ruina que presentaba el edificio. Bajo estas condiciones, con los jesuitas fuera de la ciudad (expulsados de España y sus colonias), el cabido concejil barajó varias alternativas para reemplazarlos, proponiendo el edificio conventual como seminario conciliar para el priorato de San Marcos de León en Extremadura, o para acoger a frailes de otras órdenes, como mercedarios o hermanos de la Escuela Pía. Nada de ello fue posible por el  momento, tomando la hacienda real en 1800 la decisión de derruir el edificio conventual y vender los materiales reutilizables, para lo cual se comisionó a don José Prieto,  ingeniero militar, para levantar el croquis que encabeza este artículo, que nos aproxima con muchos detalles al edificio conventual y su distribución, del que no quedan vestigios alguno en la actualidad.

        Pues bien, siguiendo el croquis del citado ingeniero, acotado en sus líneas más significativas por números que expresan sus dimensiones en varas castellanas (una vara igual a 0,835905 m) el edificio se organizaba alrededor de dos patios, quedando la parte más noble alrededor del posterior, mientras que el otro se reducía a un simple espacio delimitado por tapias y una puerta de acceso situada frente a los restos de la muralla situados entonces donde hoy se localizan las viviendas de la acera más interior de la actual calle de Santo Domingo. Rodeando al edificio se localizaba un jardín y una huerta con noria y alberca (lateral izquierdo, según se entraba en el edificio) y una tierra de secano y olivos de unas 9 fanegas, la mayor parte distribuida por las traseras, en dirección al actual ambulatorio.
 
El conjunto estaba distribuido así:
A : Atrio o patio cercado de tapias. B: Portería y entrada principal. C: Corredores sin comunicación; el de la izquierda cerrado hasta el arranque de los arcos y el que está al frente con sólo una pequeña ventana en el claro de la curva de cada uno. D: Claustro con 14 arcos distribuidos en dos de sus cuatro costeros. E: Celdas. F: Almacén para distintos efectos. G: Escalera de acceso al piso superior. H: Cocina. I: Despensa. J: Refectorio o comedor. K: Comunes. L: Patio interior con dos pozos. M: Antigua ermita de San Antón, muy modificada. N: Capillas laterales. O: Sacristía. P: Pasillo de acceso a la Capilla, que en el piso superior se corresponde con otro que comunicaba con las tribunas que se hallaban sobre las naves colaterales y coro en la parte de la Iglesia más distantes del altar mayor. Q: Jardines o pequeños huertos R: Huerta del convento, con noria y alberca. S: Cerca grande con algunos pies de olivos, de una nueve fanegas en sembradura de trigo.

Especifica el arquitecto en las notas añadidas en el croquis, que la planta de arriba básicamente era como la de abajo, salvo en la zona ocupada por la Iglesia (esto no lo contempla, pero se sobreentiende), resaltando que la parte que corresponde al tránsito que ocupaba el refectorio, portería y sacristía estaba representada en la planta superior por cinco celdas. En total, contenía 12 celdas.

Advierte en sus notas que el claustro (D) y corredores (C)  del piso inferior estaban cubiertos por bóvedas por arista, mientras que las correspondientes en el piso superior carecían de ellas, como también las otras techumbres del convento, quedando sólo cubiertas con tejas. La excepción se encentraba en los tres últimos tramos del claustro superior más próximos a la zona comunes (K), que se hallaba del todo descubierto y servían como terrado o azotea.

También añade que las bóvedas que cubría la Iglesia se encontraban en el mejor estado posible de perfección y seguridad, exceptuando su media naranja (cúpula) que se hallaba próximo a la ruina, al igual que las paredes salientes que quedaban al frente de la escalera y el tejado que cubría la cocina y la sacristía que daba al patio.

Afirma que una buena parte de los daños observados eran consecuencia de los robos de maderas, tejas, puertas, ventanas y rejas producidos como consecuencia del abandono sufrido en los últimos tres años y medios.

Y por último, aparte de referenciar el edificio respecto a los de su alrededores (al frente a 120 varas de los muros que tuvo la ciudad, y por su derecha, según se salía del convento por su puerta principal, a  60 varas en la dirección T-V de las cuadras del Cuartel de Caballería que quedaba casi frente a la Puerta de Montemolín, solar hoy ocupado por el grupo escolar y el antiguo ambulatorio), el arquitecto estima que el edificio mandado a derruir, vender sus materiales y depositar el producto en las arcas de la Hacienda Real, fácilmente, y sin mucho costo, pudiera tener una acertada reutilización como cómodo Cuarte de Caballería, según el croquis que adjunta a continuación.

 
      A: Puertas y entradas principales; B: Cuerpo de guardia. C: Cuarto para el oficial del piquete. D: Cuarto para la cantina y vivandero. E: Oficina para el albéitar o herrador. F: Zonas comunes. G: Ídem altos con un pequeño patio para su ventilación. H: Cocina. I: Almacenes. J: Escalera de acceso a primera planta. K: Prisiones que ocupa todo el bajo de la escalera anterior. L: Caballerizas de 4 pie por pesebre. M: Ídem para los de beneficio. N: Ídem para los caballos enfermos de cojera. O: Ídem para los de cuidados o enfermedad grave.  P: Ídem para los de contagios. Q: Corredores. R: Patios con dos pozos.

 
 
                                                           (Alzado transversal)
 
         (Alzado en profundidad) 
          Advierte mediante distintas notas que el cuartel de caballería en que con poco costo para la hacienda real se transformaría el convento comprendería dos partes: la primera o exterior de sólo un piso; y la segunda o interior de dos. El piso superior de esta última parte sería prácticamente igual al inferior, por lo que no se reflejaba su distribución. Ofrece más información al respecto, que ahorramos porque en realidad el proyecto no llegó a ejecutarse, especialmente porque el nuevo edificio colindaba con otro destinado a estos menesteres, situado a la derecha según se salía del convento, es decir, frente a la Puerta de Montemolín, esquina con la avenida ancha que va hacia Trasierra.


          (Notas sobre el proyecto del nuevo cuartel)

 
 

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