Siguiendo el importante y ya clásico estudio de
Pilar de la Peña (Arquitectura y
urbanismo de Llerena, Cáceres, 1991), a principios de 1554 el concejo de
Llerena mostró vivo interés en que la Orden de Santo Domingo se instalase en la
entonces villa cabecera del extenso partido de su nombre. Para ello, se
prestaba el cabildo concejil a ayudarles pecuniariamente en el levantamiento de
la fábrica del edificio conventual, cediéndoles además un extenso solar en el
arrabal de San Antón, extramuros de la villa, y una parcela de diez fanegas en
el ejido aledaño, donde precisamente se ubicaba la
ermita de San Antón. Como contraprestación, el cabildo exigía que …al menos un religioso del claustro debía ser
docto en Teoloxia, Filosophia y Arte, que ordinariamente lea y haga una lección
cada día (…) para que todos los vecinos de esta villa que la quisieren yr a oír
lo puedan hacer…
El solar al que nos referimos quedaba situado en
la parte de la ronda externa de la muralla que caía a la altura del portillo
del Rosario (al fondo de la actual calle de su nombre), a unos 150 pasos al
frente de dicho portillo y a 200 de la actual Puerta de Montemolín, justo donde
estaba ubicada la ermita de San Antón, que el cabildo proponía que quedara
incluida dentro del recinto conventual, …porque
la Yglesia es muy buena e ay agua junto a ella y está çerca de dicho pueblo
para confisiones y sermones y leçiones y enterramientos…
Es decir, sobre el plano actual de la ciudad,
el edificio, los patios, el jardín y la huerta anexa ocuparía la zona
trapezoidal del casco urbano delimitado lateralmente por las calles Convento de
Santo Domingo y Convento de San Francisco, atrás, en su lado más ancho, por la
calle Convento de Santa Ana, y delante la porción correspondiente del Paseo de
San Antón.
Superada la usual burocracia de la época, las
obras del convento de San Antonio Abad se iniciaron en 1558, añadiéndole progresivamente
nuevas dependencias y acomodando la planta de la antigua ermita a las nuevas
exigencias, como afirma Pilar de la Peña, autora que también nos proporciona la
noticia de que por aquellas fechas se estaban instalando en Llerena los
franciscanos de San Buenaventura y las monjas concepcionistas, éstas prácticamente
enfrente de los dominicos, justo al otro lado de la muralla, construyendo su
convento en torno a la iglesia y al hospital anexo de la Concepción, ya
existentes.
Pocas noticias hemos podido recopilar sobre el
convento dominico de Llerena, aparte de lo ya compendiado por Pilar de Peña. Suponemos,
porque no se ha localizado información al respecto, que la presencia en la
villa maestral del influyente dominico fray Alonso de la Fuente allanaría el
terreno para la definitiva implantación de los hermanos de su orden, una vez
que a principios de 1572 consiguió el traslado desde Sevilla a Llerena,
ocupando en la villa santiaguista el cargo de predicador en el convento de San
Antonio Abad, además del rentable beneficio de capellán mayor de la capellanía
de Engorrilla, la institución de crédito más importante de la villa, junto con
la representada por el convento de clarisas de la calle de la Corredera.
Como ya es conocido, en Llerena fray Alonso se
empleó en la pertinaz persecución de lo que su exacerbada ortodoxia consideraba
como secta de los alumbrados, adoptando una posición cada vez más inflexible y
radical contra ciertos clérigos de celibato relajado en connivencia con
determinadas mujeres de vida promiscua, a quienes consiguió llevar a la farsa
del Auto de Fe de celebrado el 14 de junio de 1579, que tanto protagonismo le
dio a la Llerena del XVI, dejando una huella indeleble en el devenir histórico
de la ciudad (más datos sobre el dominico en este mismo blog, bajo las etiquetas:
inquisición y/o los alumbrados de Llerena: ¿mito o realidad?)
En 1640, el licenciado y cronista Morillo de
Valencia, en su Compendio o laconismo
sobre la Historia de la ciudad de Llerena… confirma la importante
dedicación de los dominicos a la enseñanza, al considerar en su crónica la enorme
figura del teólogo Juan Maldonado, también conocido como Juan de Casas de
Reina. Sobre este particular, el licenciado Morillo decía:
Como a
media legua de la ciudad de Llerena está el lugar de Las Casas de Reina, que es
de su jurisdicción, que no la tiene más que en las causas de menor cuantía, y
es su aldea, y como su arrabal , y no será alargarme poner un natural de este
lugar en el número de los escritores Teólogos de Llerena, pues comenzó a
estudiar en ella y tiene deudos muy cercanos, y no sólo ha sido honra del lugar
donde nació, y de Llerena su cabeza, pues ha ilustrado a toda España y a
Europa. Comenzó sus estudios en el Convento de Santo Domingo de Llerena, recién
fundado, donde se leía Latinidad, y me dijo Francisco de Mena Silíceo, hombre
principal, que le había oído al licenciado Fernando Moreno, del hábito de
Santiago y cura de la parroquia de Ntra. Sra. De la Granada, que entonces
oyeron juntos la Gramática en aquel convento… (más
información en manuelmaldonadofernandez.blogspot.com, etiqueta Reforma y
contrarreforma…)
Poco después, como buena muestra de las seculares
luchas cainitas existente entre los frailes de las distintas órdenes religiosas,
la supremacía de los dominicos en Llerena se vio amenazada cuando los jesuitas iniciaron
en 1647 los trámites precisos para instalarse en la ciudad, con la decidida
intención de fundar un centro dedicado a la enseñanza, en franca competencia
con los dominicos. Inmediatamente que los frailes de los tres conventos
masculinos de Llerena tuvieron noticias de estas intenciones, trataron de
evitarlo. Así, el 28 de noviembre de dicho año, el padre fray Pedro de Castilla
(prior y presidente del Convento de San Antonio Abad de la orden de Santo
Domingo), el padre fray Antonio Escudero (vicario presidente del convento de
San Francisco) y el Padre Francisco Martín de Salavera (predicador y Guardián
del Convento de San Sebastián), por sí y en nombres de los religiosos que
representaban, otorgaron el poder requerido en derecho al padre fray Alonso de
Romera, predicador y guardián del convento de San Francisco de la villa de
Hornachos, para que compadeciera ante el Vicario General de la Provincia de
León de la Orden de Santiago y contradijera la pretensión de los jesuitas.
Alegaban que ya existían suficiente número de clérigos regulares y seculares en
la ciudad (APNLl, lib. de 1647, escritura de poder firmada el 28 de noviembre
de 1647, ante Cristóbal de la Huerta).
Las autoridades religiosas desestimaron las
pretensiones de franciscanos y dominicos, instalándose los jesuitas en Llerena,
donde, poco a poco, se rodearon de una extraordinaria influencia y amasaron un
importante patrimonio, cuyas mejores joyas estaban representadas por la
magnífica iglesia de la Plaza de los Ajos y el extraordinario convento y
colegio que la arropaban, donde se impartían enseñanzas de segundo nivel hasta
que en 1768, por motivos de recelos políticos
de dudosa legitimidad, Carlos III expulsó a los jesuitas de los reinos de
España.
Justo por estas fechas, los dominicos de San
Antonio Abad y su convento estaban involucrados en un profundo decaimiento
moral y arquitectónico, respectivamente, que concluyó con su desaparición.
Entre los muchos escándalos en los que se implicaron sus frailes destacó el
asesinato en 1768 de fray Juan de Orellana, su prior, a manos de tres de sus
hermanos de hábito, noticias de las que no han quedado resquicios alguno en los
archivos de la ciudad, pues según el profesor Salvador Daza Palacios
(“Acontecimientos extraordinarios en la ciudad de Llerena, 1767-1772”, en Revista de Estudios Extremeños, T. LVI,
nº 2, Badajoz, 2000), por aquellas fechas Llerena fue escenario de múltiples
anomalías administrativas, aparte de las seculares disputas protocolarias entre
los distintos estamento de la ciudad, de las cuales ya nos hemos hecho eco en
otras ocasiones (“Relaciones protocolarias entre el Tribunal de la Inquisición
y el cabildo concejil de Llerena”, en Actas de las XV Jornadas de Historia,
Llerena, 2015). Entiende el citado autor, como ya también hemos considerado en
otras ocasiones, que estas anomalías pudieran justifican el importante hueco
documental que aparece en los distintos archivos de la ciudad, vacío interesado
que por causas muy diversas se prolongó desde 1766 hasta finales de la tercera
década del XIX, y que nos oculta, aparte del crimen citado, un intento de
prender fuego a la casa del gobernador, la malversación de los bienes de la
Compañía de Jesús a partir de 1767 (algo de lo sucedido relata el profesor Daza
al final de su artículo), la aplicación local de la llamada reforma agraria
propuesta por los ilustrados durante las tres últimas décadas del XVIII, la
desamortización de los bienes de cofradías, obras pías de finales del XVIII, la
incidencia de la epidemia de fiebre amarilla de principios del XIX, los sucesos
de la Guerra de Independencia, la incidencia en la ciudad del funesto reinado
de Fernando VII, el proceso seguido en la desamortización de Mendizábal de 1836…,
todo ello en una ciudad que, como centro administrativo de primera
magnitud, acogía y, por lo tanto,
producía documentación de numerosas instituciones, como:
- El
tenebroso Tribunal del Santo Oficio, con su cohorte de especialistas en las
finanzas, la represión, la tortura y la intolerancia.
- La
sede casi oficial del Priorato de San Marcos de León, con su pomposa e
influyente curia.
- La
de gobernación, con la pléyade de oficiales que participaban en el desarrollo
de sus múltiples competencias administrativas (gubernativa, fiscal, militar,
judicial, etc.).
- La
tesorería de la Mesa Maestral, con intereses recaudatorios en la denominada
Provincia de León de la Orden de Santiago en Extremadura.
- Y
la delegación o tesorería de servicios reales de su amplio partido fiscal.
A ello habría que sumarle la documentación
generada por el ingente número de clérigos seculares y regulares, el
empadronamiento de numerosos hidalgos y hacendados, así como el derivado la
presencia del poderoso cuerpo de regidores perpetuos del cabildo concejil. En
definitiva, seguramente el concejo de los Reinos de España con la mayor
concentración de autoridades y personas aforadas en proporción a su vecindario,
de tal manera que en unos trescientos metros a la redonda se concentraban las
oficinas de gobernación, la sede del tribunal inquisitorial, las dependencias y
bastimentos de la Mesa Maestral, las casas consistoriales, el palacio del
provisor y su curia, las sacristía de las dos importantes y acaudaladas
parroquias (a las que se asociaban un centenar largo de clérigos xxx distribuidos
en las distintas categorías propias de la carrera eclesiástica), así como nueve
conventos de monjas y frailes cuyos claustros albergaban casi dos centenares de
religiosos). En total, algo más de 400 personas asociadas directa o
indirectamente con el estamento clerical, a quienes había que mantener
decentemente por los 5.048 habitantes
asentados en la ciudad (según el censo de Floridablanca de 1787), aunque en opinión
de Alfranca (intendente para el Interrogatorio propuesto por la Real Audiencia
de Extremadura en 1791), algunos clérigos se mantenían con dificultad, teniendo
que emplearse en actividades impropias de su condición, como el contrabando y el
estraperlo.
Centrándonos en los dominicos, el mejor resumen
de los hechos acontecido en el convento de San Antonio Abad nos lo proporciona el
sanluqueño Salvador Daza Palacios (art. cit.), que toma cartas en el asunto al
emprender un trabajo sobre la muerte de una doncella de Sanlúcar de Barrameda a
manos de un fraile de esta ciudad, en cuya causa y proceso salió a relucir lo
ocurrido y juzgado con motivo del asesinato del prior de convento de San
Antonio Abad. El profesor Daza se apoya en un extraordinario documento
localizado en la Biblioteca Nacional, que corresponde al Mss. 19.330 (Micro.
5411, ff. 379-383) y que recoge una carta del marqués de Valdeloro (entonces
gobernador de Llerena) a don Vicente Domínguez, sintetizando el proceso formado
en la ciudad de Llerena en el caso del asesinato del prior. Textualmente, con
nuestro agradecido reconocimiento al profesor Daza:
Amigo,
dueño y señor: Cumpliendo con lo que ofrecí a V.S. cuando le di aviso de la
maldad sucedida en el Convento de Santo Domingo, diré lo que pasta ahora
resulta de los autos, aunque extractados.
La causa
de los frailes dominicos (en la) que ha actuado este caballero provisor, la
remitió el correo al Consejo con testimonio de los autos; de ellos, resultan
reos los dos sacerdotes fray Thomas Martin y fray Francisco Cisneros", con
el Lego fray Francisco Vegines, confesos los tres así en la muerte de su último
prelado, el prior fray Juan de Orellana, como en la del superior que hace
cuatro meses mataron con veneno; como igualmente haber dado el mismo tósigo al
prior antecedente al difunto; quien a beneficio de su robustez, y al breve
remedio de un antídoto, pudo salvar la vida.
En el
careo, que duró desde las ocho de la mañana hasta las siete de la noche, se
contradijeron mutuamente repetidas veces en algunas materialidades, que no
obstan al cuerpo del delito; conviniendo unánimes en que, de (común) acuerdo,
le echaron veneno en una tortilla que sirvió de cena a dicho prior difunto. Y
que no habiendo surtido el deseado efecto, determinaron matarle de una suerte o
de otra; para cuyo fin, buscaron un asesino, el que entrando en la celda
prioral con el honesto pretexto de entregar una carta al dicho prior, estándola
leyendo, le dio en la cabeza dos golpes con un palo; y cayendo al suelo dicho
prior aturdido, huyó con aceleración el asesino.
El modo
que estos frailes tuvieron de acabar con su vida, es horroroso: tres veces, se
determinaron furiosos a hacerlo; y otras tantas, movidos de las lastimosas
persuasiones del paciente le perdonaron, y, curándole las heridas, trataron de
ello, llevándole el padre Cisneros a su celda para que en ella se recobrase;
pero no contentos los otros dos con haber dado principio a la muerte del dicho
prior, quisieron perfeccionar esta execrable maldad; para cuyo fin entraron en
dicha celda diciendo al padre Cisneros que inmediatamente lo confesara que no
había remedio, que venían determinados a matarle. En efecto, viendo la ceguedad
en que el común enemigo los tenía puestos, se vio en la precisión de hacerlo, y
habiendo acabado de hacerlo, pudo dicho prior apagar la luz y salirse a los
corredores. Entonces fue cuando todos (los) tres, sin que se haya averiguado
cual haya sido el primero, le dieron más de veinte puñaladas en la cabeza, con
las que expiró, dando en sus últimas razones las vivas muestras de su
resignación.
Hecho
esto, robaron las arcas, partiendo el dinero con igualdad, como buenos
hermanos, como también el chocolate, pañuelos y demás muebles que hallaron en
la celda prioral. En medio de esta justificación, se mantienen los reos con una
serenidad de ánimo especialmente el lector Martin, que es habilísimo, que
exclamó en el careo repetidas veces, hablando con los otros padres:
No nos
cansemos, dijo, que esta es disposición del Altísimo para que paguemos en esta
vida no tan solamente las culpas que aquí confesamos, sino infinidad de
atrocidades que cada uno de nosotros hemos cometido; andar variando, discordes
en materialidades, es irritar a ambas Justicias; todos tres somos igualmente
cómplices en las dos muertes y en los tres robos, y en haber dado veneno al
superior; en apartándose ustedes un punto de esta legal confesión, faltan a la
verdad prometida en el juramento, y solo hay la diferencia entre los tres de
que yo, en nuestros desaciertos, he facilitado los medios.
Los
motivos que el prior difunto dio a estos hombres para este atentado tan
horroroso, fueron el reprender paternalmente la estragada vida que traían,
diametralmente opuesta a las costumbres religiosas y a la pureza que debían
guardar. Y viendo el poco fruto que prometían estas suaves persuasiones,
determinó ponerlo en noticia del padre provincial, a cuyo efecto escribió una
carta, fiando echarla en el correo al cuidado de un (tal) Don Juan de Arroyo,
sujeto de alguna esfera, a quien la cortedad de medios hizo asentir a las
solicitudes de los religiosos, a efecto de abrirla, como lo hicieron; cuyo
contexto irrito sus ánimos hasta conducirlos a los últimos periodos del
precipicio
El dicho
Arroyo y (el) Administrador de Correos de esta ciudad dieron, el mismo día de
la muerte, una certificación, que está inserta en los autos, en que expresan
haber visto el cadáver con un semblante natural, sin que de él se pudiera
maliciar la menor violencia en dicha muerte. Añadiendo que olía mal, siendo así
que a las diez horas de su muerte se enterró. Este hecho acredita en ambos una
suma sandez, aunque perniciosa su facilidad (para) una cosa enteramente remota
de su oficio y del conocimiento de su ejercicio y facultades.
El otro
lego, llamado fray Joaquín, aunque no asistió a dicha muerte, a lo menos
asintió a ella por su omisión; aunque habiéndole hecho cargo (de) por qué no
había dado cuenta de lo que pasaba respondido: que porque lo habían amenazado
que si decía algo, había de morir también. Este es un lego metido a místico y
un gran simplón.
También
hay (en esta ciudad unos) gitanos honrados, que dices que dos años hace que
estos frailes atacaron a un tal Juan Antonio Suarez, avecindado en esta ciudad,
para que asesinase al prior pasado; a lo que se excusó diciéndoles mil
oprobios; y que si alguno se arrimaba a él, le había de echar las tripas fuera
con las tijeras; y que el no haberlo revelado a nadie fue por el miedo que
tenía de que lo matasen: el principio de la conversación fue que lo hacían reo.
Que es
cuanto sobre el particular ocurre. B.L.M. de V.S., su mayor servidor, el
Marqués de Valdeloro.
Como se aprecia, el documento no tiene desperdicio.
Sin embargo, pese a la contundencia del informe emitido por el marqués de
Valdeloro (gobernador de partido Llerena y, como tal, juez de segunda
instancia) las consecuencias del crimen no llegaron a ser grave para los autores
de tanta atrocidad, según palabras del juez sanluqueño que intervino en el caso
de Sanlúcar, quedando prácticamente sus autores impune, si bien el convento
entró en una etapa decadente de la cual no se recuperaría.
En efecto, en 1798 la comunidad de dominicos de
Llerena había quedado reducido a sólo tres hermanos, incapaces de sostener la
ruina del ya destartalado edificio. Bajo estas circunstancias, por una Real
Orden de 16 de julio de 1798 el convento fue suprimido, pasando sus
dependencias y bienes al patrimonio real. En concreto:
- El edificio conventual y la
iglesia aneja.
- Unas diez fanegas que poseía en sus costeros y traseras, con
olivos, tierras de pan llevar, huerto y noria con alberca.
- Una pieza de tierra situada en el ejido de las Piedras Baratas.
- Y varios censos o hipotecas, que en conjunto rentaban 1.413 reales
anuales.
Al parecer, la decadencia y el desprestigio que
para estas fechas afectaban a la Orden de los Dominicos tuvieron mucho que ver
en esta decisión real, particularmente teniendo en cuenta los antecedentes
relatados y el estado de ruina que presentaba el edificio. Bajo estas
condiciones, con los jesuitas fuera de la ciudad (expulsados de España y sus
colonias), el cabido concejil barajó varias alternativas para reemplazarlos, proponiendo
el edificio conventual como seminario conciliar para el priorato de San Marcos de
León en Extremadura, o para acoger a frailes de otras órdenes, como mercedarios
o hermanos de la Escuela Pía. Nada de ello fue posible por el momento, tomando la hacienda real en 1800 la
decisión de derruir el edificio conventual y vender los materiales
reutilizables, para lo cual se comisionó a don José Prieto, ingeniero militar,
para levantar el croquis que encabeza este artículo, que nos aproxima con
muchos detalles al edificio conventual y su distribución, del que no quedan
vestigios alguno en la actualidad.
Pues bien, siguiendo
el croquis del citado ingeniero, acotado en sus líneas más significativas por
números que expresan sus dimensiones en varas castellanas (una vara igual a 0,835905
m) el edificio se organizaba alrededor de dos patios, quedando la parte más noble
alrededor del posterior, mientras que el otro se reducía a un simple espacio
delimitado por tapias y una puerta de acceso situada frente a los restos de la
muralla situados entonces donde hoy se localizan las viviendas de la acera más
interior de la actual calle de Santo Domingo. Rodeando al edificio se localizaba
un jardín y una huerta con noria y alberca (lateral izquierdo, según se entraba
en el edificio) y una tierra de secano y olivos de unas 9 fanegas, la mayor
parte distribuida por las traseras, en dirección al actual ambulatorio.
El conjunto estaba distribuido así:
A : Atrio o patio cercado de tapias. B: Portería
y entrada principal. C: Corredores sin comunicación; el de la izquierda cerrado
hasta el arranque de los arcos y el que está al frente con sólo una pequeña
ventana en el claro de la curva de cada uno. D: Claustro con 14 arcos
distribuidos en dos de sus cuatro costeros. E: Celdas. F: Almacén para distintos
efectos. G: Escalera de acceso al piso superior. H: Cocina. I: Despensa. J:
Refectorio o comedor. K: Comunes. L: Patio interior con dos pozos. M: Antigua
ermita de San Antón, muy modificada. N: Capillas laterales. O: Sacristía. P:
Pasillo de acceso a la Capilla, que en el piso superior se corresponde con otro
que comunicaba con las tribunas que se hallaban sobre las naves colaterales y
coro en la parte de la Iglesia más distantes del altar mayor. Q: Jardines o
pequeños huertos R: Huerta del convento, con noria y alberca. S: Cerca grande
con algunos pies de olivos, de una nueve fanegas en sembradura de trigo.
Especifica el arquitecto en las notas añadidas
en el croquis, que la planta de arriba básicamente era como la de abajo, salvo
en la zona ocupada por la Iglesia (esto no lo contempla, pero se sobreentiende),
resaltando que la parte que corresponde al tránsito que ocupaba el refectorio,
portería y sacristía estaba representada en la planta superior por cinco
celdas. En total, contenía 12 celdas.
Advierte en sus notas que el claustro (D) y
corredores (C) del piso
inferior estaban cubiertos por bóvedas por arista, mientras que las
correspondientes en el piso superior carecían de ellas, como también las otras
techumbres del convento, quedando sólo cubiertas con tejas. La excepción se encentraba
en los tres últimos tramos del claustro superior más próximos a la zona comunes
(K), que se hallaba del todo descubierto y servían como terrado o azotea.
También añade que las bóvedas que cubría la
Iglesia se encontraban en el mejor estado posible de perfección y seguridad,
exceptuando su media naranja (cúpula) que se hallaba próximo a la ruina, al
igual que las paredes salientes que quedaban al frente de la escalera y el tejado
que cubría la cocina y la sacristía que daba al patio.
Afirma que una buena parte de los daños
observados eran consecuencia de los robos de maderas, tejas, puertas, ventanas
y rejas producidos como consecuencia del abandono sufrido en los últimos tres
años y medios.
Y por último, aparte de referenciar el edificio
respecto a los de su alrededores (al frente a 120 varas de los muros que tuvo
la ciudad, y por su derecha, según se salía del convento por su puerta
principal, a 60 varas en la dirección
T-V de las cuadras del Cuartel de Caballería que quedaba casi frente a la
Puerta de Montemolín, solar hoy ocupado por el grupo escolar y el antiguo
ambulatorio), el arquitecto estima que el edificio mandado a derruir, vender
sus materiales y depositar el producto en las arcas de la Hacienda Real, fácilmente,
y sin mucho costo, pudiera tener una acertada reutilización como cómodo Cuarte
de Caballería, según el croquis que adjunta a continuación.
A: Puertas y entradas principales; B: Cuerpo de guardia. C: Cuarto para
el oficial del piquete. D: Cuarto para la cantina y vivandero. E: Oficina para
el albéitar o herrador. F: Zonas comunes. G: Ídem altos con un pequeño patio
para su ventilación. H: Cocina. I: Almacenes. J: Escalera de acceso a primera
planta. K: Prisiones que ocupa todo el bajo de la escalera anterior. L:
Caballerizas de 4 pie por pesebre. M: Ídem para los de beneficio. N: Ídem para
los caballos enfermos de cojera. O: Ídem para los de cuidados o enfermedad
grave. P: Ídem para los de contagios. Q:
Corredores. R: Patios con dos pozos.
Advierte mediante distintas notas que el cuartel de caballería en
que con poco costo para la hacienda real se transformaría el convento comprendería
dos partes: la primera o exterior de sólo un piso; y la segunda o interior de
dos. El piso superior de esta última parte sería prácticamente igual al
inferior, por lo que no se reflejaba su distribución. Ofrece más información al
respecto, que ahorramos porque en realidad el proyecto no llegó a ejecutarse,
especialmente porque el nuevo edificio colindaba con otro destinado a estos
menesteres, situado a la derecha según se salía del convento, es decir, frente
a la Puerta de Montemolín, esquina con la avenida ancha que va hacia Trasierra.
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