martes, 9 de diciembre de 2014

LLERENA EN 1810

        (Art. publicado en La Revista de Feria y Fiestas, Llerena, 2010)




  Enlazando con los artículos publicados en las dos últimas entregas de esta revista (“Llerena en 1808” y “Llerena en 1809”), abordamos a continuación los sucesos acaecidos en esta ciudad durante 1810. Para ello, nuevamente nos encontramos con las dificultades ya presentadas en la elaboración de los dos artículos anteriores; es decir, la total ausencia de documentos relativos a la Guerra de la Independencia en los expoliados archivos de Llerena[1] y el carácter genérico e inespecífico de las informaciones dadas sobre la citada ciudad en las grandes obras y cronicones publicados sobre dicha guerra. Por ello, y como en los casos anteriores, hemos de basarnos en datos recogidos en los archivos municipales de tres de los pueblos del entonces partido de Llerena (Guadalcanal, Valencia de las Torres y Valverde de Llerena), donde se localizan esporádicos decretos y órdenes recibidas a través de Llerena y procedentes de la Junta Superior (órgano colegiado que ostentaba la máxima autoridad del reino), de la Junta Suprema de Extremadura (órgano colegiado de rango inferior al anterior y que se encargaba más directamente de los asuntos de la guerra en esta provincia) y de los cuarteles generales del ejército español, además de las instrucciones y otras normativas en las que entendía la Junta Patriótica de Llerena, subsidiaria de las anteriores.

Antes de adentrarnos en 1810, parece necesario resumir lo ya relatado sobre Llerena entre el 2 de Mayo de 1808 y finales de1809:

-       En primer lugar, hemos de considerar que en esta ciudad, como cabecera de un amplio partido, se había constituido una Junta Patriótica a primeros de Junio de 1808, con facultades políticas y administrativas en la misma y en los 45 pueblos del partido que encabezaba.

-       Que en el desarrollo de sus competencias, la citada Junta Patriótica (constituida mayoritariamente por miembros del clero, de la inquisición y de las familias llerenenses más poderosos) se encontró con la declarada enemistad, enfrentamientos por asuntos de competencia y, en ocasiones, rebeldía del gobernador de turno (primero Camborda y después Muñoz Santiago), su alcalde mayor (Amat) y de la práctica totalidad de los regidores perpetuos llerenenses, representados y encabezados por Matías Cebrián. Ya en 1810, estos desencuentros hemos de centrarlos muy especialmente en el pulso que mantuvieron el inquisidor Riesco[2], como presidente de la Junta Patriótica de Llerena, y el gobernador Muñoz Santiago, quitándole el primero al segundo el patronazgo y los derechos pecuniarios inherentes a la obra pía instituida por el  capitán Fernández Barba a finales del XVII[3].

-       Por último, resaltar que hasta la primavera de 1810 los llerenenses sólo habían conocido y sufrido los efectos indirectos de la guerra (reclutamiento de soldados, impuestos extraordinarios, petición de avituallamientos para la tropa…), pero no los directos, pues durante la invasión francesa que sufrió una parte del partido de Llerena en la primavera de 1809, los gabachos no llegaron a entrar en la ciudad.


Sobre esta última cuestión sabemos que los franceses se retiraron de las proximidades de Llerena en Mayo de 1809, centrándose a partir de entonces los acontecimientos bélicos más notables en Portugal y en el norte de la Península. Pero a principios de 1810, controlada por los invasores la práctica totalidad de la zona septentrional de España, el pesimismo se apoderó de nuestros antepasados, una vez conocidas las intenciones del enemigo por ocupar Extremadura y Andalucía, operaciones que acometieron con extraordinario éxito y sin apenas resistencia. En efecto, los gabachos avanzaron desde zonas más norteñas decididamente sobre Extremadura, bajo el mando del mariscal Massena, apoderándose de Olivenza el 22 de Enero e iniciando el cerco a Badajoz el 26 de dicho mes. Al mismo tiempo, el 20 de Enero y bajo el mando del mariscal Soult, los invasores penetraron por Despeñaperros, ocupando sin apenas resistencia la totalidad de Andalucía en menos de un mes, salvo el fortín de Cádiz, que nunca llegaron a controlar. Concretamente y en lo que más afectó a Llerena, el primero de Febrero los franceses se apoderaron de Sevilla, pero no se conformó Soult con esta ocupación, sino que puso sus ojos inmediatamente sobre Cádiz (ciudad a donde definitivamente tuvo que trasladarse la Junta Central Suprema del Reino y que ya quedó cercada el 6 de Febrero) y sobre la plaza fortificada de Badajoz, enclave ya sitiado desde zonas norteñas por Massena y que resistía heroicamente al acoso francés. Fue, por tanto,  a partir de esta fecha cuando empezó a actuar por nuestra zona el 5º Cuerpo del ejército francés o del Mediodía, cuyos efectivos atravesaban reiteradamente las tierras del partido de Llerena por diferentes rutas para, desde Sevilla, reforzar el cerco de Badajoz.

En definitiva, las comarcas sureñas de la actual provincia de Badajoz se convirtieron por entonces en una zona de paso para la columna móvil francesa, en su continuo desplazamiento entre Sevilla y Badajoz, deteniéndose en los pueblos de la ruta sólo para repostar, avituallarse y descansar. En ese continuo discurrir, tanto en un sentido como en el contrario, los franceses utilizaron indistintamente dos vías confluentes en Zafra: una por Cantillana, Constantina-Cazalla, Guadalcanal, Llerena y Zafra para proseguir hasta Badajoz o viceversa, y la otra por el Ronquillo, Santa Olaya, Monesterio, Fuente de Cantos y Zafra. Sobre este particular, Gómez Villafranca nos ofrece una serie de documentos que demuestran este tráfico continuo y, además, nos confirma que no fue fácil para los franceses, pues con frecuencia fueron incomodados por la guerrilla española, nunca en forma de batalla abierta, pero sí mediante acciones puntuales de sorpresa[4].

Naturalmente, estas circunstancias ocasionaron grandes perjuicios a las poblaciones afectadas, pues en su paso los invasores requerían cuantos suministros necesitaban. No obstante, es preciso advertir que en los primeros meses de 1810 lo prioritario para el ejército francés del Mediodía fue el cerco de Badajoz, la defensa de Sevilla y el acoso a Cádiz, no teniendo en absoluto la menor intención de dispersar sus efectivos ocupando y supervisando la gobernación de Llerena y de los pueblos de las rutas descritas, ni la de los que les eran próximos. Esta actuación se constata al comprobar que dichos pueblos seguían mayoritariamente con su rutina administrativa, recibiendo órdenes y decretos de las distintas administraciones españolas a través de Llerena, como si no estuviese ocurriendo nada en sus alrededores. Por ejemplo, en los archivos municipales de los pueblos consultados encontramos entre Enero y finales de Abril de 1810 actas de plenos capitulares redactadas en papel acuñado con el sello de Carlos IV, aunque con la correspondiente convalidación para el reinado de Fernando VII, además de proclamas en defensa del soberano, la religión y la patria, así como cuadernos de órdenes y decretos recibidos a través de Llerena. Gracias a estos documentos se constata indirectamente la presencia de la administración española en Llerena  y los pueblos de su partido, al menos hasta los primeros días de Mayo del año que nos ocupa (Docs. nº 1, 2 y 3)

A partir de esta última fecha los franceses, cambiando de táctica, decidieron tomar y asentarse en los pueblos que más le convenían. Así, en el caso concreto de Guadalcanal, desde el 11 de Mayo la administración francesa determinó gobernar dicha villa según su propia legislación, de tal manera que en las actas capitulares de esta villa santiaguista y extremeña aparecen reflejados continuos y asfixiantes requerimientos de dinero, equipamientos, comidas y medios de transporte para los ejércitos franceses, circunstancias de lo que respetuosamente se quejaban los miembros del Ayuntamiento, haciéndose eco de las airadas protestas de la vecindad.

Y esta situación es la misma que suponemos para Llerena y otras poblaciones de su partido hasta la primavera de 1812, fecha en la que los franceses abandonaron definitivamente esta zona. No obstante, la ocupación enemiga durante 1810 no fue perfecta o plena, pues existieron determinadas fechas en las que, bien por que les convenía -de acuerdo con sus tácticas y estrategias- o por que se vieran forzados a ello ante la presión de los aliados (la coalición, cada vez más comprometidas, de españoles, ingleses y portugueses), los franceses abandonaron en repetidas ocasiones la ciudad, tal como intentamos poner de manifiesto con los documentos que se adjuntan como anexos.

En efecto, entre Mayo y Septiembre de 1810 no encontramos en los archivos municipales de los pueblos del partido de Llerena órdenes españolas tramitadas desde Llerena. Por lo tanto, no sólo esta ciudad sino la mayor parte de la zona sur, central y oriental de la actual provincia de Badajoz debió estar ocupada por los franceses, que intencionadamente permanecieron por aquí para aprovechar la época veraniega y hacer acopio de cereales y paja,  sin que por ello dejase de ser incordiados por efectivos de los aliados.

Fruto de esta presión, y demostrando la ya anunciada ocupación imperfecta u ocasional de la ciudad por parte de los franceses, tenemos referencias de que en Llerena existió un paréntesis intermedio, concretamente durante la primera quincena de Julio, fechas en las que los pueblos de la zona que nos ocupa quedaron nuevamente bajo la administración española, que se gobernaban siguiendo las instrucciones, órdenes o decretos recibidos desde Llerena (Doc. nº 5) Estas disposiciones principalmente tenían como finalidad reclutar soldados y exigir dineros y enseres para sus avituallamientos[5], objetivos que no pudieron cumplirse, pues a principios de Agosto ya estaban otra vez los franceses por la zona, emprendiendo cierta acción en Fuente de Cantos (1/08/10)[6] y reinstalándose en Llerena. Y en esta ciudad permanecieron hasta recibir refuerzos de Sevilla con miras a cortar el paso al ejército español denominado de la izquierda, que bajo el mando del marqués de la Romana pretendía por aquellas fechas y desde Extremadura atacar y liberar la ciudad hispalense. Sin embargo, los franceses, conocedores de estas intenciones, entendieron que les era mejor defender a Sevilla en Extremadura, provocando el encuentro del 11 de Agosto en Cantalgallo, en las proximidades de Llerena. Esta batalla, junto a la de la Albuera, fue una de las más cruentas de las emprendidas en la Baja Extremadura, sorprendiendo y derrotando los franceses a los más de diez mil efectivos españoles comandados por el marqués de la Romana y los generales Ballesteros, Cuesta, Imaz y Mendizábal, que todos ellos estuvieron implicados en la derrota (Doc. nº  6)[7].

Poco después, confirmando la superioridad enemiga en las batallas a campo abierto, el 14 y 15 de Septiembre volvieron a derrotar a los españoles y aliados en Fuente de Cantos[8], circunstancia que determinó la retirada de la coalición de la zona, yendo unos efectivos hacia el oeste y la mayoría, al mando del marqués de la Romana, hacia Portugal, a donde acudieron para apoyar a ingleses y portugueses en la defensa de la línea de Torres Vedrás. Siguieron sus pasos los franceses, centrándose, por lo tanto, la confrontación en Portugal y en el eterno asedio a Badajoz. Esta circunstancia motivó un nuevo desalojo de Llerena y su zona de influencia por parte del enemigo, siendo Matías Cebrián López (uno de los regidores perpetuos díscolo y crítico con las actuaciones de los miembros de la Junta Patriótica, a los que desautorizó aliado con los otros regidores perpetuos y con Antonio Muñoz, el gobernador) quien se hizo con el poder en la ciudad, circunstancia de la que hacía gala cuando trasmitía ordenes superiores a los pueblos del partido, en calidad “de la omnímoda real jurisdicción de Llerena y su partido, por legítima elección”[9] (Docs. nº 8 y 11). 

A juzgar por los decretos tramitados y firmados por Matías Cebrián, parece ser que desde finales de septiembre de 1810, y hasta finales de Diciembre de 1810, Llerena y la práctica totalidad del partido quedó nuevamente bajo la administración españolas, circunstancia que se aprovechó para seguir insistiendo en el reclutamiento y alistamiento iniciado en los primeros días de julio que, como ya se dijo, no pudo llevarse a cabo por la inmediata reocupación francesa. Igualmente se aprovechó la ausencia del enemigo para solicitar más avituallamiento para la tropa, “teniendo atención a que los valientes soldados no deben carecer de lo necesario y teniendo en cuenta que los pueblos que lo sostienen (donde estaba en cada momento el cuartel general y las distintas divisiones) padezcan lo menos… por ello se ha elaborado un plan con toda meticulosidad para que todos los pueblos del partido de Llerena contribuyan y no sólo donde están los cuarteles, excluyendo por ahora a varios de ellos por los perjuicios que les han causado nuestros pérfidos enemigos, los que he visto y han excitado mi compasión… los pueblos, con los medidas que estimen oportuna trasportarán un día para tres las raciones asignadas, y no distraerse continuamente en sus labores. Y los de Guadalcanal, Valverde de Llerena, Ahillones, Berlanga, Azuaga, Granja, Magulla y Campillo harán una remesa anticipada de ocho días y, concluyendo esta seguirán con el mismo orden…[10]

La situación de Llerena durante el otoño de 1810 fue algo más complicada de lo indicado en el párrafo anterior, pues en determinados momento tuvieron que soportar la presencia de los franceses (Docs. nº 9 y 10). Es decir, los enemigos no se retiraron de la zona plenamente, sino que, aunque con pocos efectivos, siguieron desplazándose entre Sevilla y Badajoz, incomodando en determinadas ocasiones al vecindario de los pueblos de la ruta.

Para finalizar, anticipándonos a los acontecimientos de 1811, hemos de advertir que la relativa tranquilidad que afectó a Llerena y al resto de los pueblos del partido durante el otoño de 1810 cambió bruscamente al iniciarse 1811. En estas fechas el mariscal Soult penetró en Extremadura, desde Sevilla, con dos objetivos: tomar de forma definitiva la ciudad fortificada de Badajoz, sitiada prácticamente sin interrupción desde Marzo de 1810, y atraerse así a parte de los efectivos españoles que en la línea defensiva de Torres Vedrás contenían a la fuerzas de Massena en su intento de apoderarse de Lisboa”[11].

El primero de los objetivos se consiguió el 11 de Marzo de 1811, tras la polémica rendición de la exhausta ciudad de Badajoz, paradigma de la resistencia española y cuya capitulación representó un golpe de efecto que facilitaría el control francés de la mayor parte de Extremadura, como así fue hasta finales del verano de 1812.  
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DOCUMENTOS ANEXOS:

Doc. nº 1: Un ejemplo de las numerosas órdenes remitidas a Llerena por la superioridad, que en forma de decreto se mandaba a los pueblos de su partido, a Guadalcanal en este caso. Está fechado el 29 de enero de 1810, siendo éste el último de los decretos firmado por la Junta Patriótica local. A partir de esta fecha, y a lo largo del resto de 1810, sería Muñoz Santiago (hasta finales de Abril) o  Matías Cebrián quienes firmasen los decretos.

 

Doc. nº 2: La Junta Suprema de Extremadura, de la que formaba parte el inquisidor Riesco,  toma medidas contra los extremeños tolerantes con los invasores.


Doc. nº 3 (28/04/1810) Una de las últimas intervenciones de Muñoz Santiago antes de huir, en este caso formando parte de una declaración jurada relacionada con el pleito que mantuvo con el inquisidor Riesco por el patronazgo y emolumentos de la Obra Pía de Fdez. Barba.












Doc. nº 5 (17/07/1810) Maesso -uno de los escribanos de la descabezada gobernación de Llerena, tras la huida de la Junta Patriótica local, del gobernador y del alcalde mayor- trasmite órdenes de la administración española a los pueblos del partido. Se incorpora este documento para confirmar que la ciudad quedó en tierras de nadie a partir de Mayo de 1810, estando unas veces controlada por la administración francesa y otras por la española, como en este caso





Doc. nº 6: Breve informe del general Mendizábal al marqués de la Romana sobre la batalla de Cantalgallo,  el 11 de Agosto de 1810, a las 23 horas y desde Calera de León


Doc. nº 7: Real Provisión de José I animando a los soldados extremeños a desertar (Septiembre, 1810)





[1] Existe un vacío documental absoluto de más de cincuenta años consecutivos, entre ellos los correspondientes a la Guerra de la Independencia.
[2] Riesco, el inquisidor decano, pasó a presidir la Junta Patriótica de Llerena, responsabilidad que compartió con la inherente al cargo de miembro de la Junta Suprema de Extremadura y, a partir de Septiembre de 1810, como diputado en las Cortes Constituyentes de Cádiz, junto al fuentecanteño Casquete del Prado, miembro igualmente de la Junta Patriótica de Llerena y primer obispo-prior perpetuo de la Orden de Santiago.
[3] La obra pía del capitán Fernández Barba y su administración es una de las circunstancias más importantes a considerar para analizar y comprender una buena parte de la Historia de Llerena, como así lo entendí en 1998, cuando publique un artículo en esta misma revista titulado “El capitán Diego Fernández Barba, un llerenense generoso del XVII”.
[4] GÓMEZ VILLAFRANCA, R. Extremadura en la Guerra de la Independencia. Memoria histórica y colección diplomática, 2 Tomos. Badajoz, 1908
[5] AMVT,  leg. 91.
[6] AHN, Diversos-Colecciones, 87, N. 15. Ligero parte de la acción de Fuente de Cantos que el general Vallesteros remite al Marqués de la Romana… 1º de Agosto (Fuente Cantos)
[7] Pasamos de puntilla sobre este importantísimo asunto pues, bajo este mismo título, ya tuve la oportunidad de escribir en las páginas de esta revista (Agosto de 2008), tomando como referencia  el AHN (Diversos-Colecciones, 88, N. 16). Para este asunto en concreto, y para el artículo en general, también puede consultar la opinión de GUTIÉRREZ BARBA, A. (Llerena y su partido en la Guerra de la Independencia, Llerena, Octubre de 2008) y también mi blogs “manuelmaldonadofernandez.blogspot.com”
[8] AHN, Diversos-Colecciones, 87, n. 15. Acción dada por el general de la Carrera en Fuente de Cantos el 14 y 15 de Septiembre de 1810. Más información en GUTIÉRREZ BARBA, A. “La Guerra de la Independencia en Fuente de Cantos”, en Actas de las Jornadas, Fuente de Cantos, 2008.
[9] AMVT, Leg. 91.
[10] En el documento anterior. Concretamente, Valencia de las Torres debería llevar al Cuartel de Zafra 2 fgas. de harina, 4 cabezas de ganado menor y 12 fanegas de cebada. Por otra parte, diariamente al Cuartel de Fuente de Cantos debía proporcionar 48 libras de carne, 48 raciones de pan, 6 fanegas de cebada y 30 cargas de paja.
[11] LÓPEZ FERNÁNDEZ, M. “El inicio de la invasión francesa por el sur de Extremadura en 1811”, en Revista de Estudios Extremeños, T. LXI-II, Badajoz, 2005.

LLERENA EN 1809

(Art. publicado en La Revista de Feria y Fiestas, Llerena, 2009)



I.- ANTECEDENTES

     Como ya indicamos en un artículo publicado en la edición anterior de esta Revista de Fiestas Patronales (Llerena en 1808), las circunstancias y urgencias propias de la Guerra de la Independencia determinaron un mayor protagonismo gubernativo y administrativo de esta ciudad, desde donde se gobernaban los 44 pueblos de su partido, trasmitiendo a sus autoridades las órdenes e instrucciones que a Llerena llegaban desde la Junta Central Suprema de Gobernación del Reino, de la Junta Suprema de Extremadura o de los cuarteles generales de los ejércitos nacionales.
Gracias al contacto directo con la superioridad, las autoridades llerenenses tuvieron noticias de primera mano sobre el Motín de Aranjuez, los sucesos del 2 de Mayo en Madrid y la forzada abdicación de Fernando VII en favor de José Bonaparte el día 5 del mismo mes. En concreto, la iniciativa y disposición de los alcaldes de Móstoles fue conocida oficialmente por el gobernador interino y alcalde mayor de Llerena, don Fernando Camborda, sobre las tres de la madrugada del día 5 de Mayo, noticia que puso en conocimiento del resto de las autoridades civiles y religiosas locales, y también de las de los pueblos de su jurisdicción.
Como ya se consideró, el primero de Julio de 1808, siguiendo instrucciones superiores, se constituyó la Junta Patriótica de Llerena, con facultad para tutorar y controlar los asuntos de la guerra en esta ciudad y en todos los pueblos de su partido histórico. Dicha junta quedó controlada por el clero local (el inquisidor Riesco y el obispo-prior Casquete del Prado), excluyendo a Camborda y a la práctica totalidad de los regidores perpetuos de la ciudad, salvo a Hernández Santa Cruz. Esta circunstancia no fue bien acogida por las personalidades descartadas, situación que inmediatamente dio origen a sucesivas polémicas y disensiones, la primera de las cuales se resolvió con el traslado de Camborda a Hornachos. Por desgracia para los intereses nacionales y locales, las desavenencias entre las autoridades llerenenses no concluyeron aquí, pues las discordias estuvieron presentes durante todo el desarrollo de la Guerra.
      Respecto a la guerra en sí, como también ya se contempló en su momento, la contienda fue un paseo triunfal para los intereses franceses hasta que, excesivamente confiados, sufrieron en Julio de 1808 la estrepitosa derrota de Bailén, circunstancia que provocó su retirada al noreste peninsular. Pero allí, ya en el otoño los aproximadamente 60.000 efectivos españoles que acudieron a acosarles se encontraron con el enemigo reforzado con más de 250.000 soldados de todas las armas, perfectamente adiestrados y pertrechados, y bajo la personal dirección de Napoleón, que sin apenas esfuerzo les derrotó sin contemplación. En lo que más nos atañe, el ejército de Extremadura, del que formaban parte unos 5.000 soldados reclutados en el partido de Llerena, prácticamente desapareció tras los distintos enfrentamientos que mantuvieron con el enemigo en la provincia de Burgos, sufriendo numerosas bajas y deserciones. Los escasos efectivos que sobrevivieron padecieron en Diciembre nueva derrota en las proximidades de Madrid, ahora en unos momentos en los que la Junta Central se vio forzada a abandonar Madrid para, tras descartar su traslado a la plaza fortificada de Badajoz, refugiarse por fin en Sevilla.
      Bajo estas circunstancias y con el enemigo avanzando desde Madrid hacia distintos puntos de la Península, entre ellos Extremadura y Portugal, abordamos la repercusión de la contienda en Llerena durante 1809.

II.- LUCHA POR EL PODER LOCAL

En ausencia de datos, hemos de suponer que la vida de los llerenenses discurriría con la normalidad que la guerra permitía en 1809. Y hacemos esta conjetura porque realmente carecemos de datos concretos, dada la laguna documental que existe en los archivos de la ciudad, reducido a las partidas recogidas en los Libros Sacramentales de sus dos parroquias. Ya hemos lamentado esta circunstancia en otras ocasiones, pero conviene recordar que en Llerena no se conserva ni un solo documento relativo a la Guerra de la Independencia, acotando la laguna documental citada entre los años setenta del XVIII y los treinta del XIX. Por ello, sólo es posible tomar referencias sobre Llerena cuando lo sucedido en nuestra ciudad tuvo eco o repercusión más allá de sus murallas, bien por tratarse de órdenes recibidas de la superioridad, de decretos remitidos a los pueblos de su gobernación por las autoridades del partido o por hechos aquí acontecidos y que tuvieron repercusión o desenlace en otros lugares.

Al parecer, tomando nuevamente la referencia del año anterior, la precipitada salida en Agosto de 1808 del gobernador interino y alcalde mayor de Llerena, Sr. Camborda, no fue suficiente para calmar los ánimos y alcanzar la paz entre las distintas autoridades llerenenses. En realidad, durante el Antiguo Régimen en Llerena nunca faltaron recelos y suspicacias de esta naturaleza entre los miembros del clero, los del estamento nobiliario y los administradores y oficiales reales que circunstancialmente aquí estaban destinados.  Buena prueba de ello se localiza en una especie de crónica e informe de 1667 redactado por Cristóbal de Aguilar (Libro de Razón), en donde se recogían los privilegios de la ciudad y las competencias de cada uno de los estamentos de poder en ella centralizada. Se daba cuenta igualmente de lo pactado y acordado protocolariamente sobre la privilegiada ubicación de cada autoridad en todos y cada uno de los actos festivos (juegos de cañas, corridas de toros, representaciones teatrales…) y religiosos (misas, procesiones, rosarios, autos de fe…) que se celebraban en Llerena, repartiendo con meticulosidad y de forma inequívoca cada uno de los palcos y arcos que rodeaban la Plaza Mayor, los sitiales reservados en las iglesias y conventos, así como la posición de cada autoridad en las dependencias donde se celebraban los plenos del Ayuntamiento o cualquier otra actividad administrativa. A tal extremo se llevaron estos asuntos protocolarios, que aún a mediados del XVIII la propia reconstrucción de la Iglesia Mayor de Ntra. Sra. de la Granada tuvo que adaptarse arquitectónicamente para incluir exactamente los soportales y arcos que el primitivo templo disponía delante del mismo, es decir, los que entonces se conocían como Portales de Plateros y Libreros.

En realidad, especialmente desde el definitivo asentamiento de los regidores perpetuos en Llerena, el gobierno del concejo quedó en sus manos. Éstos constituían el estamento nobiliario u oligarquía local, junto a la escasa veintena de hidalgos avecindados en la ciudad, así como ciertos y circunstanciales oficiales reales en ella asentados (gobernador, alcalde mayor, escribanos, funcionarios de la tesorería del partido y de la Mesa Maestral, los asociados a la administración de Justicias, jueces comisionados para asuntos puntuales, militares de graduación…).

En efecto, el gobierno del concejo quedó exclusivamente como competencia de los numerosos regidores perpetuos que compraron el título en 1629, con la anuencia del gobernador, cuya voluntad doblegaban ofreciéndole el patronato de la obra pía que fundara el capitán Fernández Barba. El osado atrevimiento de los regidores perdía tal condición si consideramos que dicho patronazgo conllevaba 11.000 reales anuales (el jornal, cuando se podía echar y siempre de sol a sol, estaba estipulado entre 3 y 5 reales, según la época del año y la tarea a realizar). Es decir, un “estímulo” suficiente para que el representante real en Llerena les dejara vía libre en el gobierno y distribución de los bienes concejiles y comunales (representaban aproximadamente el 90% de la tierra de los actuales términos de Llerena y sus antiguas aldeas de Higuera y Maguilla), así como en el reparto de la carga fiscal que afectaba al conjunto de los llerenenses.

El otro estamento privilegiado de la ciudad estaba representado por el numeroso clero local, presidido por el obispo-prior y los asociados a sus distintas competencias religiosas y administrativas en la provincia de León de la Orden de Santiago en Extremadura (unos 10.000 km2), además del provisor del partido de Llerena y sus ayudantes, los dos párrocos locales con sus tenientes, los numerosos beneficiados de capellanías, obras pías y vínculos, tres conventos de religiosas (Santa Isabel, Santa Clara y Santa Ana) y cuatro de religiosos (dominicos, franciscanos, hermanos de San Juan de Dios y jesuitas), sin olvidarnos del complejo entramado representado por los miembros del Tribunal de la Inquisición. En total, aproximadamente tres centenares de religiosos, algunos de ellos con muchísimo poder, carga difícil de mantener por los poco más de 6.000 habitantes que tuvo Llerena en su mejor época, es decir, los 1.500 pecheros o unidades familiares que, como media a lo largo del Antiguo Régimen, integraban el pueblo llano o clase desfavorecida del sistema social imperante.

Los dos estamentos privilegiados (nobleza intitulada local y clero), aunque rivalizaban por nimiedades tales como un palco en la Plaza Pública o un asiento o lugar preferente en las iglesias o procesiones (no digamos por otros asuntos más importantes), actuaban corporativamente cuando se trataba de defender sus privilegios frente al estamento de los pecheros, abusando de ellos, tanto en el reparto de tierras para labrar o pastorear como en la aplicación de impuesto.

Y bajo estos parámetros hemos de analizar los acontecimientos locales y la eterna lucha por el poder entre las autoridades de las múltiples administraciones que concurrieron en Llerena durante la Guerra de la Independencia, parámetros y protocolos rotos desde su inicio. En efecto, la aparición a primeros de Junio de 1808 de la Junta Patriótica local hizo añicos los pactos protocolarios y la distribución de poder y competencias que habían presidido las relaciones de las distintas administraciones y autoridades ubicadas en Llerena durante más de dos siglos. Así, nada más empezar la guerra, el pulso entre el gobernador interino y alcalde mayor de Llerena, Sr. Camborda, y la recién aparecida Junta Patriótica concluyó con la expulsión de este último, especialmente por la influencia de su presidente, el inquisidor decano José María Riesco (integrante también de la Junta Suprema Provincial de Extremadura y, más adelante, uno de los parlamentarios de las Cortes Constituyentes de Cádiz) y la de Casquete del Prado (fuentecanteño, obispo-prior de la Orden de Santiago en su provincia de Extremadura y, con posterioridad, también integrante de las Cortes Constituyentes).

A Camborda le sustituyeron el Coronel Antonio Muñoz de Santiago, como gobernador, y Amat como alcalde mayor, dos personajes oriundos de distintos lugares de la geografía peninsular pues, según era costumbre en los territorios de Órdenes Militares, dichos funcionarios reales no deberían tener ninguna relación de vecindad con Llerena, ni de familiaridad con su vecindario. Pues bien, nada más tomar posesión de sus respectivos cargos aparecieron entre ellos los primeros desencuentros, cuando en realidad se debía tratar de cargos y oficios complementarios: el del gobernador, como máxima autoridad en Llerena y su partido, y del alcalde mayor y abogado de los Reales Consejos como su asesor personal en cuestiones jurídicas. Sin embargo, se quejaba Amat de que Muñoz no se dejaba aconsejar, saltándose las ordenanzas y leyes a su antojo, utilizándole exclusivamente con fines recaudatorios en casos ya rancios y complicados, máxime en los tiempos que corrían.

Pero los frentes de discordias entre las distintas autoridades llerenenses fueron numerosos a lo largo de 1809, pese a que los franceses llegaron a estar en cierto momento prácticamente a las mismas puertas de la ciudad. Sobre este particular, el ya clásico clan de regidores perpetuos locales (hasta 17 concurrieron en alguna fase del Antiguo Régimen) adoptaron diversas posturas:

-       Algunos habían desistido de renovar su cargo en 1805, estimando que para esas fechas no era tan interesante el oficio, especialmente como consecuencia de las reformas ilustradas en la administración de los concejos.

-       Otros, pese a renovarlo en la fecha últimamente indicada, decidieron mantenerse al margen y olvidar sus obligaciones en el gobierno y administración del concejo, especialmente, suponemos, por las complicaciones que podrían derivarse del conflicto bélico, a las que habría que añadir el enfrentamiento nada disimulado que se estaba produciendo entre el gobernador y la Junta Patriótica local y del partido. Fueron los casos de Juan de Monroy, Fernando de Aguilar, Enrique Ansoti, Antonio Moreno, Sebastián Montero, Ignacio del Olmo, Pedro Corpas, Francisco Cabanillas, Francisco Ansoti, Manuel de la Fuente, Lorenzo de Figueroa y los herederos de Pablo Nanclares.

-       Sólo Hernández Santa Cruz (regidor perpetuo decano) pasó a formar parte de la Junta Patriótica local, defendiéndola con decisión.

-       Finalmente, el grupo de los únicos que decidieron cumplir con sus obligaciones y continuar en el Ayuntamiento, no sabemos si por respaldar al gobernador o por el común interés en contrarrestar a la Junta Patriótica, que actuaba y se había erigido como la máxima autoridad en Llerena y en los 44 pueblos del partido, que ocupaban una superficie aproximada de 6.000 km2. Nos referimos a Antonio Muñoz Gato, Francisco Pacheco, Juan Hidalgo, Matías Cebrián, José Gómez (mayordomo, es decir, quien administraba los fondos municipales) y Fernando Rodríguez Zambrano (síndico personero del común o, lo que es igual, quien se encargaba de distribuir las tierras y pastos comunales).

Eran, pues, tan pocos regidores los que decidieron seguir en el Ayuntamiento, que por falta de quórum, y considerando las circunstancias tan especiales que concurrían, frecuentemente se veían obligados a suspender los plenos municipales, como así estaba recogido en las ordenanzas del concejo llerenense.  Por ello, en una sesión de pleno celebrada durante la primavera  de 1809 decidieron solicitar de la Junta Central Suprema de Gobierno del Reino (refugiada en los Reales Alcázares de Sevilla, tras su retirada de Madrid en Noviembre de 1808) una Real Provisión que obligara a los regidores perpetuos absentistas a deponer su actitud, sugiriendo que en caso contrario se les secuestrara el oficio que habían comprado a perpetuidad. Igualmente solicitaron que se les permitiera anualmente escoger entre el vecindario cuatro o seis personas dispuestas a actuar como regidores.

Esta última petición fue desestimada, pero no la primera. En efecto, desde Sevilla (sede de la Junta Suprema de Gobernación del Reino) contactaron con los regidores absentistas, conminándoles al cumplimiento de las competencias anexas a su cargo. Sobre este particular, sólo hemos tenido acceso a las alegaciones de Aguilar y Valdés, que justificaba su incomparecencia en el Ayuntamiento arguyendo su avanzada edad (acompañaba una partida de bautismo), los achaques propios de la misma (acompañaba certificado médico) y la falta de personas de su confianza para hacerse cargo de su vasta fortuna, hacienda y negocios, estos últimos como distribuidor mayorista de productos de primera y segunda necesidad en toda la comarca. Añadía que era soltero y sólo tenía como familia a una sobrina viuda y madre de un niño de tres años, ambos sin capacidad legal para representarle en el Ayuntamiento. Por todo ello, dado también que nadie estaba dispuesto a arrendarle el oficio de regidor hasta la mayoría de edad de su sobrino-nieto, su sucesor legal en el mayorazgo familiar, solicitaba que se le dispensara de tales obligaciones y que en ningún caso le secuestraran el oficio de regidor perpetuo vinculado al mayorazgo familiar.

Pero el conflicto más tenso fue el mantenido entre el gobernador Muñoz y los miembros de la Junta Patriótica. Estos últimos hicieron saber a la Junta Suprema del Reino que las actuaciones del gobernador estaban presididas por el ánimo de desacreditarla y restarle competencias, dado que no había conseguido el objetivo de regirla. A pesar de todo, hacían saber que la Junta había tenido a bien ofrecerle la responsabilidad de la vicepresidencia que, al parecer, no colmaba sus satisfacciones.

El gobernador no estaba sólo en estos debates; lo arropaban, al menos puntualmente y para asuntos de discrepancia con la Junta Patriótica, los regidores Hidalgo, Pacheco y Cebrián, aunque este último y su familia, con miras más altas, representaba un asociado complicado y peligroso para el propio gobernador. El principal argumento que esgrimían para desacreditar a la Junta Patriótica era el de que en Llerena no existían los 2.000 vecinos (unas 8.000 almas o habitantes) estipulados para que un concejo pudiera disponer de Junta Patriótica.

Al parecer, ni la Junta Suprema de Extremadura (por aquellas fechas asentada en Valencia de Alcántara, al cobijo de los ejércitos aliados y ante el casi asedio del enemigo a Badajoz) ni la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino tomaron decisiones importantes sobre el conflicto llerenense, pues es de suponer que tendrían otros asuntos más importantes que resolver. El único que sí adoptó decisiones, y muy dolorosas para el gobernador, fue Riesco, en su condición de presidente de la Junta Patriótica de Llerena, inquisidor decano y, por aquellas fechas, miembro también de la Junta Suprema de Extremadura. Concretamente tomó la decisión de quitarle al gobernador el patronazgo de la obra pía de Fernández Barba y, lo que resultaba más doloroso, los 11.000 reales anuales que el cargo llevaba anexo. Además, para más complicación, se lo reservo para él en calidad de inquisidor decano, como inicialmente fue la voluntad del fundador.

En definitiva, las relaciones entre las autoridades de Llerena fueron muy tensas. Suponemos que, al menos, el pueblo llano estaría distraído viendo como sus prepotentes, ricas y acomodadas autoridades se destrozaban entre sí, aliviándose de esta manera del excesivo desgaste personal y económico que les reportaban los continuos alistamientos y requisas de víveres que sufrían.

El más sonado de los espectáculos al que asistieron tuvo lugar en la Iglesia Mayor a primeros de Agosto. Se trataba de celebrar con toda solemnidad y júbilo aquella que los aliados (españoles, ingleses y portugueses) consideraron como la única victoria española frente a los franceses en todo 1809: la de Talavera (28/07/1809), que más bien concluyó en empate, con la oportuna retirada de los gabachos a otra zona más acorde con su estrategia. Para tal acontecimiento, siguiendo instrucciones superiores, se acordó que en cada pueblo se celebrasen una serie de actos festivos y religiosos de acción de gracia. Pues bien, con todo el pueblo en el templo y sus alrededores, los asesores y personas de confianza de uno y otro estamento del poder se afanaron en consensuar un protocolo imposible de alcanzar, portando los bancos y estrados propiedad del concejo desde el ayuntamiento a la iglesia mayor, discutiendo en este sagrado aposento sobre la ubicación de dichos estrados y el sitio preferencial de cada autoridad en los actos programados, reubicando los bancos en el Ayuntamiento ante los desacuerdos…, y todo ello delante del público que, aunque acostumbrado a estos espectáculos, seguía expectante el desarrollo de los acontecimientos. Mientras, a la espera de noticias sobre el protocolo a seguir, uno y otro bando de autoridades hacían tiempo en distintas dependencias del ayuntamiento para iniciar los actos programados, sin saber si se iniciarían o cómo concluirían. Al final, sin la asistencia del gobernador, miembros del Ayuntamiento ni, incluso, del párroco de la Iglesia Mayor y hermano de unos de los regidores perpetuos adepto al gobernador, se celebró a duras penas el acto, no sin la irrupción exhibicionista, fiscalizadora, y espectacular del gobernador, que en un momento de la celebración decidió pasearse por el templo.

Y estos son los acontecimientos de los que tenemos noticias en Llerena durante 1809. En el resto de los años que duró la guerra, especialmente en las fechas más complicadas (Febrero de 1810, hasta Septiembre de 1812), fue Cebrián quien dio la cara, echándole redaños al asunto; las otras autoridades en discordia desaparecieron hasta que en Septiembre de 1812 los franceses abandonaron la zona, momento en el que tomó el poder el regidor perpetuo Hernández Santacruz.

 III.- LA GUERRA EN LA BAJA EXTREMADURA DURANTE 1809

Volviendo sobre la guerra en Extremadura a finales de 1808, pese a la debacle y las numerosas deserciones del otoño, durante los meses de Enero y Febrero de 1809 se consiguió reorganizar los ejércitos nacionales, entre ellos el de Extremadura, quedando este último a cargo del general Gregorio de la Cuesta, que se puso como objetivo más inmediato sujetar a los franceses en su decidido avance desde Madrid hacia Badajoz. Por ello, temiendo no poder contenerlos en los pasos del Tajo y del Guadiana, y sospechando que la intención de los invasores era la de encaminarse hacia Sevilla, ciudad donde se había refugiado la Junta Central Suprema de Gobierno, se dieron determinadas órdenes para fortificar las posibles rutas a su paso por Sierra Morena. Así, los zapadores, con ayuda del vecindario de los pueblos de las posibles rutas, organizaron puntos de resistencia en los Santos, Monesterio, el Culebrín, Santa Olalla, el Ronquillo…, haciendo lo propio en la ruta alternativa a su paso por Guadalcanal.

Además de las medidas anteriores, la Junta Central también adoptó la estrategia de fomentar partidas de guerrilla y de preparar las denominadas milicias urbanas para incomodar al enemigo, impidiendo así la obtención de víveres mediante acciones por sorpresa en los puntos neurálgicos del sistema de comunicaciones. Precisamente la constitución en Llerena  de estas partidas también fue objeto de polémicas, siguiendo con las pautas indicadas en el apartado anterior. Al final, el llerenense Muñoz Vaca resultó  nombrado como comandante de dicha partida.

Continuando con los asuntos de la guerra en el contexto provincial, el grueso de la reconstruida tropa extremeña se instaló en el Puerto de Miravete, en el puente de Almaraz y en Medellín, de donde definitivamente fueron desalojados el 29 de Marzo de 1809, tras una polémica batalla en la que, según el posterior informe de su general en jefe, D. Gregorio de la Cuesta, tenían prácticamente ganada, aunque falló a última hora por la tibieza con que se empleó la caballería española. Esta seria derrota provocó una penosa y desesperada retirada del ejército de Extremadura hacia el sur, dejando el enemigo a las puertas de Badajoz y la práctica totalidad de la zona central y oriental de la actual provincia de Badajoz a su alcance. Concretamente, tras la derrota en Medellín, el Cuartel General de los españoles se instaló en Berlanga; toda la caballería, comandada por el general Villalba, en Llerena; la división de Andalucía, comandada por el duque de Alburquerque, en Azuaga; la división de Guadalupe, al frente de la cual estaba el general Barredo, en Granja de Torrehermosa; el duque del Parque, con la vanguardia y la primera división, en Ahillones; en Reina la segunda división con su comandante el general Imaz; la tercera, bajo el mando del general Portago, en Fuente del Arco; y el hospital general en Guadalcanal.  Al parecer, aunque el Cuartel General se trasladó poco después a Monesterio, estas posiciones se mantuvieron en manos españolas, pero no la de los otros pueblos del resto del partido de Llerena y los de la zona central y oriental de la actual provincia de Badajoz, en donde, obviamente, se vieron forzados a proporcionar a los invasores cuantos avituallamientos estimaron oportuno requerir, so pena de saqueos arbitrarios. Con independencia de estas exigencias, el vecindario de la comarca ya estaba comprometido a abastecer al ejército de Extremadura, según disposiciones tomadas  por el general Cuesta, que había obligado a cada pueblo a proporcionar una serie de raciones para abastecer a la tropa concentrada en los pueblos citados anteriormente.

Al parecer, los franceses, tras conseguir el botín de guerra, se retiraron de los pueblos del Partido de Llerena que ocuparon (Hornachos y los de sus alrededores, así como otros incluidos en la antigua encomienda de Alange) y, en general, de la Baja Extremadura a otras zonas más acorde con sus estrategias. Por desgracia, nuevamente volverían en Febrero de 1810, atacando simultáneamente por el norte y por el sur de la actual provincia de Badajoz, pero este aspecto se aplaza para próximas ediciones de esta revista.
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BIBLIOGRAFIA

I.- FUENTES DOCUMENTALES:

-  AHN, Consejos, 11992, Expediente 43.

- AHN, Diversos-Colecciones, 152, N. 27: Informe de M. Alós.

- AHN, Estado, 28, C.

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- AHN, Estado, 80, D  Reconocimiento de la Junta Central por las autoridades de Llerena.

 - AM Guadalcanal, leg. 126.

- AMG, leg. 127.

- AMG, leg. 1.382. Libro de Actas Capitulares, carpeta de 1809.

- AMG, leg. 1.382, carpeta de 1813.

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- AM. Valencia de las Torres,  leg. 91.

- AM. Valverde de Llerena, leg. 35.

 

II.- FUENTES IMPRESAS

- GUTIÉRREZ BARBA, A. Llerena y su partido en la Guerra de la Independencia, Badajoz, 2008.

- GÓMEZ VILLAFRANCA, R.  Extremadura en la Guerra de la Independencia española: memoria histórica y colección diplomática, 2 ª parte, apéndice documental, pp. 83 y 84, Badajoz, 1908.

- MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “El capitán Diego Fernández Barba, un llerenense generoso del XVII, en la Revista de Fiestas Patronales, Llerena, 1998.

- MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “Antonio Carrasco, Pilar de la Peña y la Plaza Mayor de Llerena”, en la Revista de Fiestas Patronales, Llerena, 2006.

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- MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “La Guerra de la Independencia en Guadalcanal”, en Revista de Feria y Fiestas, Guadalcanal, 2008

- MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “El partido de Llerena durante la Guerra de la Independencia”, en Actas de las IX Jornadas de Historia en Llerena, Llerena 2008.