I.- INTRODUCCIÓN
A
lo largo del XVII se señorearon por los territorios peninsulares de la
monarquía hispánica los cuatro jinetes del Apocalipsis, enmascarados en forma
de guerras, pestilencias, plagas de langostas y adversidades climatológicas.
Sin duda, el más pernicioso era el jinete guerrero, por su persistencia y
amañada artificialidad, así como por la cantidad de recursos humanos y
materiales que consumía, abonando el terreno a epidemias y absorbiendo los recursos
destinados a paliar los episodios de plagas y las consecuencias de la
climatología adversa.
En conjunto segaban vidas, reclamaban
impuestos y cuestionaban los derechos históricos de los súbditos sobre las
tierras concejiles y comunales, facilitando la institucionalización de
oligarquías concejiles, las usuras, las hambrunas y el despoblamiento
generalizado, que de todo ello tenemos buena muestra en esta zona de Llerena y
su partido histórico.
Según el poder establecido, las guerras
que nos afectaban las provocaban los enemigos de la monarquía hispánica y de la
cristiandad, ocultando la realidad, es decir, la política imperialista heredada
del XVI. Los otros tres actores del drama del XVII (el mal del contagio, plagas
de langostas y años de climatología adversa para cultivos y pastos) se
instrumentalizaban y vendían desde el poder establecido como castigos divinos
para atemperar desórdenes sociales e impíos comportamientos, recurriendo continuamente
como paradigma a las plagas de Egipto o al diluvio universal; es decir, un
castigo ejemplarizante del Dios Todopoderoso y Justiciero, obviando al Dios
Misericordioso o desestimando el dictado de las leyes que rigen en la
Naturaleza, los Seres que la integran y
su Evolución.
II.- LA PESTE BUBÓNICA
Se trata de una enfermedad infecciosa producida
por la bacteria Yersinia Pestis, que se trasmite a la especie humana mediante la
picadura de pulgas, dípteros parásitos que a su vez se contagian tras succionar
sangre de ratas infestadas, es decir, vectores o agentes transmisores usuales en
los tiempos de crisis, miseria y
hambrunas que acompañaron a los españoles del XVII. Tras la picadura en humanos,
y un periodo de incubación de dos a ocho días, aparece un cuadro de fiebre
alta, cefaleas, escalofríos y astenia, seguida de la aparición de bubones, es
decir, adenopatías o hinchazones dolorosos de los ganglios de la región
inguinal, axilar y del cuello, que en pocos días desencadena una septicemia y
fallo orgánico generalizado, mortal en ausencia de tratamiento con antibióticos
específicos.
Pero estos datos científicos no eran conocidos
en el XVII, sospechándose por aquellas fechas que el contagio se producía de
forma directa entre humanos o a través de las ropas. Los médicos de la época teorizaban
sobre las causas de la peste (también conocida como mal del contagio,
achaque contagioso, enfermedad contagiosa o contagio pestilente), atribuyendo los males a un aire maligno que se apodera del sistema respiratorio del enfermo
hasta acabar con su vida. Para contrarrestarlo, desarrollaron y utilizaron
repelentes o perfumes que creían ser efectivos para anular el citado aire, fumigando las casas y hospitales
donde se detectaban o hacinaban enfermos. Con esta creencia, los médicos, en
defensa de su integridad, introducían el repelente en el pico de un artilugio a
modo de la máscara que usaban para asistir a enfermos sospechosos, sucumbiendo
muchos de ellos.
El seguimiento de los brotes pestilentes que
azotaron o amenazaron a los llerenenses del XVII lo abordamos consultando las
incompletas actas capitulares de su Ayuntamiento, adelantando sobre este
particular que el mal del contagio sólo afectó a Llerena durante el brote de
finales del XVI y principios del XVII, quedando exenta la ciudad de otros que a
lo largo de este último siglo hicieron estragos en distintas zonas de la Península. De estos
últimos (1629, 1647-1650 y 1675-85) quedan referencias solo de las medidas
preventivas asumidas por el cabildo concejil, siguiendo disposiciones de
carácter general emanadas desde el Consejo de Castilla, medidas que se
reforzaban o suavizaban ante noticias o bulos sobre la presencia del mal en
zonas más o menos próximas a la ciudad.
III.- EL BROTE DE PRINCIPIOS
DEL XVII
Se trata del
más importante de los que afectaron a Llerena durante el XVII. Para más
exactitud, el único, dado que el resto de los que aparecieron por la Península
no llegaron a instalarse en nuestra ciudad ni, que sepamos, en los pueblos del
partido de su gobernación.
Sin embargo, al
faltar en el archivo municipal las actas capitulares de la época, el
seguimiento de este episodio pestilente resulta complicado. Sólo disponemos de
anotaciones puntuales recogidas en el Libro
de cuentas de comisiones de regidores correspondiente al período 1601 a
1634[1],
donde se limitaron a anotar ciertas partidas libradas a los regidores nombrados
como comisarios para resolver los asuntos relacionado con la peste. Así, entre
las de 1601 destaca una en favor del regidor Luis de Cazalla, destinada a
reparar las murallas, tapiar portillos y arreglar las puertas de maderas que
franqueaban las entradas oficiales a la entonces villa, medida preventiva usual
para controlar a forasteros y mercancías sospechosas de contagio.
Por los datos del libro citado, el brote
pestilente no debió afectar a los llerenenses durante 1601. Sin embargo,
durante la primavera de 1602 abundaron las anotaciones sobre este particular,
confirmando que la enfermedad circulaba ya por la ciudad. A falta de noticias
directas, intuimos que, bajo la
climatología favorable de la primavera, las pulgas despertaron del letargo
invernal entre el ropaje que algún forastero introdujo en la ciudad. Lo cierto
es que la peste hizo acto de presencia en Llerena, tomando los oficiales concejiles
una serie de medidas tendentes a cortar o aminorar su propagación:
- En primer lugar, nombraron a varios regidores como comisarios
para este delicado asunto.
- Por supuesto, solicitaron la colaboración del clero para
llevar a cabo continuas rogativas a Dios Ntro. Sr., por intercesión de Santa
María de la Granada y de San Roque.
- Cerraron todas las puertas de la villa, dejando abierta
sólo una de ellas bajo la custodia de un portero delator de enfermos, respaldado por guardias de seguridad.
- Contrataron los servicios de médicos, boticarios, cirujanos
y barberos-sangradores para detectar y curar enfermos.
- Aislaron a los enfermos en la ermita de San Benito,
encargándose los pícaros de la villa de
transportar a los sospechosos, donde quedaban bajo la asistencia de cuidadores
y la vigilancia de una guardia para impedir que enfermos y sospechosos
abandonasen la cuarentena.
Afortunadamente, la enfermedad debió
desaparecer en el invierno inmediato, pues no observamos entre las anotaciones
de 1603 ninguna que ponga de manifiesto la persistencia del brote pestilente.
III.- EL BROTE DE 1629
Si nos atenemos a lo recogido en las actas
capitulares de 1629, una nueva oleada del mal del contagio apareció por la Península en dicho año. Así,
en el cabido celebrado el 22 de agosto[2],
el teniente de gobernador de Llerena manifestó haber recibido órdenes del Real
Consejo de Castilla prohibiendo la circulación de personas y mercancías procedentes
de cualquier parte donde hubiese prendido
el mal de contaxio. Y, según rumores recogidos por los ediles llerenenses, la
epidemia ya circulaba por el entorno, habiéndose declarado focos infecciosos en
Bélmez, Belalcazar, Puebla de Alcocer, Hinojosa del Duque y Esparragosa de Lares.
En consecuencia, acordaron prohibir la entrada en Llerena a personas y
mercancías procedentes de la zona y pueblos citados, pues en dichas villas se ha verificado que, por nuestros pecados, ay
contaxio de peste. Acto seguido, tras reflexionar sobre el asunto, tomaron las
siguientes medidas preventivas:
Que
se acuda a Dios Ntro. Sr. y se le suplique por intercesión de su bendita madre,
la virgen de la Granada, y del bienaventurado San Roque, patronos y abogados, a
quienes tiene jurado y se hizo voto por aberlos socorrido por su intercesión en
otras tales semejantes necesidades (…), y que para ello se haga con la mayor
solemnidad, decencia y devoción, que se haga un novenario en la iglesia mayor y
se ponga y gaste la cera precisa para el novenario y la procesión general que
le precederá, y que se invite al provisor, como perlado, y a toda la comunidad
religiosa de la ciudad…
Que
por quanto los muros y cerca desta ziudad están por muchas parte desmantelados
y caydos y es fuerza que se reparen y tapen, de forma que solo se pueda entrar
por las puertas; y como en las cerca ay muchas puertas aviertas por los
vecinos, que los tapen a costa de los dueños, y que también se tapen todos los
portillos comunes. Que sólo queden abiertas las puertas de Montemolin y Reyna,
cerrando las que llaman de Villagarcía, Valencia y la Nueva…
Que
se pregone lo anterior y también la prohibición de traer peces y cochinos por
las calles. Y asimismo que todos barran y limpien sus puertas y lo rieguen y
refrieguen y no hechen inmundicias por las calles…
Sin embargo,
por la fecha que nos ocupa el mal del contagio pestilente no apareció por Llerena
ni por los pueblos de su entorno, ni tampoco por el territorio de la Corona de Castilla. Se
trató de una falsa alarma ante un brote que circulaba por una buena parte del
resto de Europa (nordeste peninsular incluido) y que tuvo especial repercusión
en el Milanesado, entonces bajo la competencia administrativa de la monarquía
hispánica. En cualquier caso, recogemos las instrucciones del Real Consejo de
Castilla y la respuesta de los capitulares llerenenses ante este falso brote de
1629, como paradigma de las medidas preventivas tomadas durante otros episodios
epidémicos del XVII.
Como se
aprecia, ponerse en manos de la divinidad era la primera de las decisiones adoptadas,
acogiéndose en el caso de Llerena a la abogacía de la Virgen de la Granada y de San Roque
pues, como ya indicamos, el mal del contagio se achacaba de forma inequívoca a
los pecados de la humanidad, principio asumido y defendido por instituciones
políticas, administrativas y religiosas en sus distintos grados jerárquicos,
que con este ardid perseguían mantener
el “estatus quo”, o situación de privilegio frente al estado general de los
buenos hombres pecheros. Acto seguido, se adoptaban las medidas preventivas
pertinentes para aislarse, utilizando la cerca o muralla existente y
controlando mediante sus puertas la entrada de forasteros y sospechosos, aparte
de insistir en medidas higiénicas elementales, como la limpieza de casas y
calles, o la retirada de inmundicias a los estercoleros y muladares señalados.
El aislamiento era la disposición más
complicada de tomar y resolver, máxime en una ciudad con una gran actividad
comercial, artesanal y de servicios como se daba en Llerena, especialmente
durante el mercado franco de los martes, no siendo despreciable la afluencia de
forasteros cualquier otro día de la semana, que acudían a solucionar cuestiones
relacionadas con los múltiples centros administrativos en ella asentados, como
las distintas tesorerías de impuestos o servicios reales, la tesorería
provincial de la Mesa Maestral, la administración de justicia en segunda
instancia, así como otras diligencias relativas al gobierno religioso del
provisorato o a las actividades propias del tribunal de la inquisición.
IV.- EL BROTE DE 1647
En 1647, en
plena crisis de subsistencia apareció por la Península otro brote
epidémico de peste bubónica. Carecemos de la referencia sobre el impacto que
esta noticia tuvo en Llerena, pues faltan las actas capitulares
correspondientes a dicho año. Ya en 1648, disponemos de información directa,
como la recogida en el acta de la sesión extraordinaria convocada para 30 de
abril, en cuyo desarrollo el alcalde mayor comunicó a los ediles la presencia de
la enfermedad en la región murciana y su huerta, según noticias y órdenes
emitidas por el Consejo de Castilla[3].
Siguiendo estas disposiciones, los capitulares acordaron cerrar a cal y canto los
portillos que los vecinos reiteradamente abrían en la muralla[4],
prohibiendo la entrada a personas o mercancías procedentes de zonas sospechosas
pues, como ya se ha adelantado, entendían que el mal se propagaba especialmente
por el transito de personas y a través de ropas y otros artículos de mercaderías.
Días después, en el cabildo de 24 de junio siguiente[5]
acordaron sacar en procesión la imagen de San Roque, santo al que desde el brote
pestilente de principios del XVII la ciudad había nombrado abogado protector de
la peste, junto a Ntra. Sra. de la Granada.
A primeros de 1649, en el pleno del 8 de enero[6]
vuelven los capitulares a tratar sobre el contagio, dando a conocer un nuevo foco
en Sanlúcar de Barrameda. Por fortuna, en la ciudad se vivía libre del mal
durante la primavera, tomando el 11 de junio el acuerdo concejil de festejarlo con
un novenario de agradecimiento a la
Virgen de la
Granada :
Por
quanto esta ciudad por la divina misericordia de Dios nuestro señor goza de
general salud, y por suplicarle se ha servido de preservarla de la peste y
contaxio que padecen las de Sevilla, Málaga, Sanlúcar y demás parte que
comprehenden las órdenes del Real y Supremo Consejo de Castilla, se acordó se
acuda a lo susodicho por medio de la Serenísima Virgen
de la Granada ,
patrona desta ciudad, cuya Ymagen se baje en la forma que se acostumbra y se le
haga un novenario de misas cantadas, una cada día desde mañana doce del
corriente, de forma que viene a cumplir el domingo veinte del, de forma que
dicho domingo por la tarde se haga procesión general por esta ciudad,
convidando para ello a las comunidades de religiosos…[7]
Hasta el dos de mayo del siguiente año (1650)
no se volvió a tratar oficialmente sobre este asunto, tras ciertos rumores o
sospechas de la aparición de un foco en la casi vecina villa de Hornachos. En
el acta correspondiente el escribano de turno recogió el siguiente texto:
Por
quanto ay noticias de que las villas de Llera, Campillo, Villagarcía y otras se
guardan de la de Hornachos, por decir padece contaxio, y ay barias opiniones en
este particular, y para que se ponga el remedio conveniente y reconocer si
dicha villa goza salud o no, se acordó que Gonzalo Muñoz Gómez, regidor, con un
médico y escribano que de ello de fe, bayan a dicha villa y se informen de todo
lo referido con toda claridad…[8]
Al parecer, la noticia resultó ser falsa, como también
lo fue la que días después recibieron sobre otro brote en Cazalla, siendo estas
las últimas reseñas relevantes que hemos localizado sobre el contagio de peste
de mediados del XVII, que, por fortuna, no afectó a la ciudad ni a los pueblos
de su ámbito administrativo.
V.- EL BROTE DE 1675
En
fechas en las que la crisis económica y social del XVII parecía no tocar fondo,
volvió a aparecer por la Península un brote epidémico de peste bubónica similar
en su origen y propagación al de 1647.
Las primeras
noticias recibidas en Llerena corresponden al primero de agosto de 1676[9],
cuando la peste circulaba y se propagaba otra vez por la zona levantina. Inmediatamente
los ediles acordaron tapiar las puertas de Reina, Valencia y Villagarcía, así
como los portillos de la Calera ,
del Zorro, de Cedaceros, del Rosario, del Cañuelo, de Curtidores, de la Alcantarilla y el del
Corral del Concejo, dejando libre para el tránsito controlado de personas,
mercancías y animales las puertas de Montemolín, Nueva y de San Francisco.
Además, nombraron una guardia de ocho personas para vigilar e interrogar a los
forasteros que entrasen en la ciudad o circulasen por su término, a quienes
debían exigir pasaporte e información sobre su origen, destino y otras
circunstancias que justificasen su presencia por estos lares.
No tenemos datos sobre la evolución de la
epidemia en 1677. Pero en octubre de 1678, seguramente tras la efervescencia
propia de los rigores del verano, el contagio había superado ampliamente la
zona levantina, extendiéndose por Castilla la Mancha, Madrid y Andalucía
Oriental, por lo que hubo que reestablecer las medidas preventivas usuales, manteniéndolas hasta el
15 de diciembre del citado año, fecha invernal en la que no parecía existir
amenaza en el entorno más próximo[10].
Sin embargo, en
la primavera siguiente, en la sesión de cabildo del 16 de mayo nuevamente llegaron
noticias alarmantes, que aconsejaron recuperar la guardia e implorar a la
divinidad:
…que
se diga misa cantada en la Iglesia Mayor, discurriendo la imagen de Ntra. Sra.
por la salud pública, y se haga la rogación y letanías pidiendo a su Divina
Majestad que cese este contagio…
Días después,
en el cabildo del 21 de mayo los capitulares decidieron reforzar las medidas
preventivas, alarmados por la proximidad de la bulliciosa y concurrida feria de
San Juan, a celebrar en la vecina ciudad de Zafra[11].
Alegaban que
a ella concurrían muchos tratantes y mercaderes con ropas y lienzos sospechosos
de albergar el mal de contagio. Por ello, el gobernador, que en esta ocasión se
dirigía a todos los vecinos de los pueblos del partido de su gobernación, dictó
un auto prohibiendo asistir a dicha feria, impidiendo,
además, la entrada en la ciudad de feriantes y mercancías procedentes de la
misma.
Según noticias de carácter general, durante el
verano de 1679 la peste se cebó con una buena parte de los españoles de la
época, tomando el Consejo de Castilla la decisión de acoger al reino bajo el auxilio
de San Roque y San Sebastián como santos protectores del mal del contagio, ordenando
que los días de su onomástica se declarasen oficialmente como fiestas votivas
en todos los concejos del Reino. En Llerena, durante el pleno del 6 de
noviembre de dicho año los capitulares tuvieron noticias de esta disposición del
Consejo, acatándola con el respeto debido[12].
Así, en la sesión siguiente [13]
el cabildo juró solemnemente elevar a fiesta votiva y de expiación los días de
San Roque y San Sebastián. Pero como la de San Roque ya lo era desde principios
del XVII, se centraron sólo en la fiesta de San Sebastián, acordando celebrarla
a perpetuidad en el convento de San Francisco, con misa, sermón, procesión y
rogativas, a la que asistiría la ciudad (ayuntamiento pleno) con ministros
(oficiales auxiliares sin voto en los plenos) y maceros, invitando igualmente
al cabildo eclesiástico (el provisor y su curia), que naturalmente también tomó
partido en este asunto. Textualmente:
…que
a lo menos hagan decir una misa cantada con su rogativa en los lugares de los
santos para que mediante su piadosa ynteresión en Dios Ntro. Sr. Implore su
divina misericordia en el flagelo y conflicto del contaxio que ha aparecido en diferente
lugares de Andalucía…
Sigue el texto
del acta y acuerdo correspondiente, en los siguientes términos:
…por
quanto en esta ciudad ay un convento de religiosos de San Francisco descalzos
con la advocación de San Sebastián, por cuya causa los vecinos an tenido y
tienen mucha devoción al santo y así guardan su día, acordaron seguir con esas
prácticas y no tomar otras medidas dado la pobreza de los vecinos tras los años
tan calamitosos que han precedido(…), por ello, en nombre de los capitulares,
caballeros y todos lo vecinos acordaron declarar por votiva y fiesta de guardar
el día de San Sebastián, celebrándolo perpetuamente. Y asistirá el ayuntamiento
en la iglesia mayor y se celebrará su fiesta con misa, sermón, rogativas y
procesión, con asistencia de todo el clero. Y lo mismo respecto de San Roque de
todo lo cual se pregonará y se hará copias para que se tenga constancia...
Igualmente, mediante embajada hicieron
partícipes de esta disposición al provisor y al clero local, reunido en el coro
de la iglesia mayor. Allí, ambos cabildos (concejil y eclesiástico), en sus
respectivos nombres y en de de los vecinos de Llerena:
…hincados
de rodilla, poniendo sus manos en una cruz y los santos cuatro evangelios,
juraron que la ciudad tendría como fiesta votiva y de guardar el día de San
Sebastián y continuara también el día de San Roque como fiesta votiva…[14]
Los años 1680
y 1681 discurrieron con relativa tranquilidad, en este aspecto. Pero en abril
de 1682[15]
otra vez llegaron noticias alarmantes, advirtiendo de que el contagio
pestilente había alcanzado a Córdoba y a otros pueblos de su provincia, como
Montilla o la Rambla, reestableciendo nuevamente el protocolo a seguir en estos
casos. No obstante, para no perjudicar al comercio local, los capitulares
declararon que la ciudad estaba en esas fechas libre del contagio, según el
siguiente texto:
…por la misericordia de Dios, Ntro. Sr., esta
ciudad y sus vecinos están buenos y sanos de la enfermedad de la peste y su
contagio, y se guarda de la ciudad de
Montilla, villa de Espejo y la Rambla, y se hacen diligencias para guardarse de
la ciudad de Córdoba…[16]
Días más tarde se insistió sobre la presencia
de la peste en Córdoba por individuales
noticias y misivas. Es más, en la sesión capitular del 10 de junio[17]
ya se sospechaba de un foco de contagio en la vecina localidad de Constantina.
Por ello, dada la proximidad, extremaron las precauciones, acordando cerrar
todas las puertas de la ciudad, salvo la de San Francisco. Aparte, se tomaron
medidas preventivas más exigente que en otras ocasiones, reforzando la guardia
de la peste con la incorporación a la misma de todos los guardas de campo, que
armaron con arcabuces, situándolos estratégicamente defendiendo el pozo de la
nieve y las ermitas de San Marcos y San Benito, donde acordaron retener en
cuarentena a cualquier sospechoso de contagio, y también a los indocumentados.
Por último, nombrando una comisión para visitar el estado del hospital de San
Juan de Dios, por si fuese preciso su ocupación, además de acogerse mediante rogativas
a Ntra. Sra. de la Granada, para que
interceda con su precioso hijo y libre a esta ciudad y sus vecinos y moradores
del contagio.
El cerco
parecía estrecharse durante el verano de 1682. Así, el treinta de junio corrió
el rumor que la villa de Berlanga había decidido cerrar el comercio con
Ahillones y Valverde, alegando que sospechaban del posible contagio de sus
vecinos, muchos de ellos dedicados al comercio y a la arriería. Reaccionaron inmediatamente
los capitulares llerenense, mandando un oficial a Berlanga para confirmar la
noticia y recabar datos específicos, como el número de muertos en Ahillones y
Valverde, las fechas de los distintos fallecimientos y los síntomas que
mostraban[18]. A
la espera del informe, dado que una buena parte del vecindario vivía en la
rivera de los Molinos, advirtieron a hortelanos y molineros que no debían
acoger en sus casas y dependencias a ningún forastero, bajo multa de 3.000 mrs.[19]
Por fortuna, la noticia sobre el contagio en
Ahillones, Valverde y Constantina resultó ser una nueva falsa alarma, la última
de XVII, pues no tenemos constancia de que el mal del contagio pestilente se
aproximase a la ciudad en lo que quedaba del siglo.
A modo de conclusión, resaltamos que el único episodio
de peste bubónica que hizo acto de presencia en Llerena y su entorno fue el de
principio del XVII, precisamente del que tenemos menos documentación y, más
ahora, una vez que los Libros Sacramentales (bautismo, velaciones, casamientos
y defunciones) de sus dos parroquias han sido recientemente secuestrados en el
Archivo Episcopal de Badajoz, cuyos archiveros suelen entender que los
documentos quedan allí depositados para su uso particular (o de sus allegados),
dificultando, cuando no impidiendo, el libre acceso a su consulta.
FUENTES DOCUMENTALES:
- AMLl, leg. 478-1, Libro
de cuentas de comisiones de regidores (1601 a 1634).
- AMLl, Sec. AA.CC., libros de actas capitulares de 1629, 1647
a 1650 y 1675 a 1685.
[2] AMLl, Sec. AA.CC., lib. de 1629, fotograma
número 110 de la edición digital. Ibídem lib. de 1630, fot. 282.
[4] Práctica habitual para salir y entrar
con más facilidad y rapidez de la ciudad, o para eludir el control de mercancías
y avituallamientos que solía hacerse en las puertas oficiales.
[12] Ibídem, fol. 258, fot. 223. Carta de S.M. y Sres. del Consejo de Castilla (29 de Agosto),
para que se haga fiesta votiva en honor de San Roque y San Sebastián, como
abogados de la peste.
[16] Este texto debía figurar en todos los
pasaportes que los escribanos de Llerena emitieran en favor de los vecinos que
necesitaran viajar fuera del término de Llerena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario