EL LLERENENSE JOSÉ I. DE FIGUEROA Y MENDIETA
Las XVI Jornadas de Historia en Llerena se centraron y
dedicaron a conmemorar el 300 aniversario del nacimiento del ingeniero militar
y arquitecto, José de Hermosilla y Sandoval, probablemente el más destacado de los llerenense del XVIII.
Al hilo de esta cuestión de reconocimientos, desde estas
páginas estimamos que si tuviésemos que apostar sobre el más ilustre de los
llerenenses del XV, seguramente lo haríamos por el maestre santiaguista Alonso
de Cárdenas, de origen incierto, pero residente o avecindado en Llerena, villa que
el maestre escogió para su enterramiento. La familia Zapata sería, sin duda, la
más prestigiosa y linajuda del XVI y, aparte importantes conquistadores,
médicos, militares y gente del arte en general, entendemos que los descendientes
de Alonso de Cárdenas, Suárez de Figueroa y García Fernández de Villagarcía, sendos
maestres santiaguistas, coparon una buena parte del protagonismo de Llerena en
el XVII, siendo preciso resaltar la enorme figura de Zurbarán y la de la
poetisa Catalina Clara, esta última descendiente de los señores de Villagarcía.
Pues bien, ¿quién sería el llerenense más representativo o
influyente del XIX? Sin duda, entre los potenciales aspirantes hemos de
considerar a don José Ignacio de Figueroa y Mendieta (Llerena, 1808-Madrid,
1899), prototipo de hombre liberal-conservador, aristócrata y acaudalado del
XIX, que prácticamente lo recorrió en su totalidad, dada su dilatada vida.
Desde estas páginas nos hemos propuesto relatar la vida de
tan interesante personaje y su importante protagonismo en el XIX, sin
atrevernos a opinar sobre aspectos relacionados con su catadura moral, pues carecemos
de los datos oportunos. Para esto último, habría que recabar la opinión que le mereció a los miles de mineros y
metalúrgicos que trabajaron para él en las distintas minas y fundiciones que
llegó a poseer en Francia y las provincias españolas de Granada, Almería o Jaén.
Por esta circunstancia, simplemente tratamos de relatar las andanza de uno de
los españoles más acaudalado del siglo XIX (más de 20 millones de duros decían
que dejó a sus herederos) y los medios de los que se valió para acumular tanta
riqueza este llerenense descendiente de una de las ramas segundonas del maestre
Suárez de Figueroa.
En la página www.adracultural.es/pdf/plomo/mendieta encontramos
una interesante biografía del personaje. Corresponde al área cultural del
Ayuntamiento
de Adra, donde don José Ignacio vivió una buena parte de su vida. Según la
referencia citada, José Ignacio de Figueroa y Mendieta nació el 22 de abril de
1808 en Llerena, siendo el único hijo de otro llerenense, don Luis de Figueroa
y Casaus, fundador de una importante empresa
minero-metalúrgica centralizada en Marsella, ciudad donde estableció su
residencia cuando se vio forzado a exilarse por su condición de afrancesado
durante la Guerra de la independencia (1808-13).
En un documento custodiado en el AHN de Madrid ( Portal PARES, AHN, Consejos, 28955, Exp. 1-62, imagen 62/105: Francisco María Figueroa, con Ignacia Casaus
y Castilla, sobre retención de una Facultad obtenida por Teodomira Casaus, para
permutar unas tierras vinculadas. Lora del Río y Llerena) por motivos que no parece oportuno aquí considerar, aparecen relacionados los
bienes de los Figueroa en Llerena, destacando la casa familiar ubicada en la
calle de don Gabriel, hoy en su mayor parte propiedad de Manuel Maldonado
Rodríguez. En ella debió nacer don Ignacio, aunque en 1815, cuando ya su padre
estaba en el exilio, pertenecía a su tío Francisco María, quien, entre otras
propiedades urbanas y rústicas, decía ser dueño de la referida casa principal
de la calle don Gabriel, que tenía como anexos un huerto, un almacén con tinajas para el aceite, un granero, el
palomar y otras dependencias, valoradas para su venta en 324.079 reales de
vellón y en 3.722 reales de renta anual.
En la misma calle disponía de otra casa, valorada en 18.782 reales, y 563 en
renta. Por lo que se aprecia, un valioso patrimonio urbano, destacando la
extensa y extraordinaria vivienda familiar que tuve la oportunidad de conocer a
finales de la década de los años cincuenta del pasado siglo, muy deteriorada
para entonces, pero en la que aún lucía un magnífico patio mudéjar. Aparte, cuando las tierras en su mayor parte eran concejiles y comunales
(aún no se habían producidos las
importantes desamortizaciones del XIX), disponía de un importante patrimonio
rústico, constituido por 70 fanegas de tierra situadas en Cantalgallo (21.000
reales en venta), más otras 40 al mismo sitio (8.000), 500 pies de estacas de
olivo en una cerca murada en San Cristóbal, una viña de 4 horas de poda al mismo sitio (7.954 reales), más otras
fincas y censos tasados en unos 400.000 reales, sin considerar los bienes
pecuarios. En definitiva, un patrimonio de consideración, pero inferior al que
la familia poseía en Lora del Río, de donde eran originario los abuelos
maternos de don Ignacio.
Se educó don Ignacio en París, interesándose
desde muy joven se interesó por los asuntos empresariales familiares, haciéndose cargo de aquellos ubicados
en Adra, desde donde la familiar logró controlar el monopolio de la extracción
y metalurgia del plomo en Andalucía Oriental.
En
Adra, su atractivo personal y el gustos y refinamiento del que hacía gala el joven
millonario, cautivó a Ana María Martínez, hija del administrador de la casa
Figueroa en esta localidad almeriense, entablando una relación de la que nacieron
dos hijos (1840 y 1842), que José Ignacio se resistió a reconocer durante más de
40 años, quedando obligado a aceptar su paternidad tras una sentencia del Tribunal
Supremo en 1886.
Sus padres no aceptaban esta relación, aconsejándole su
traslado a Madrid, donde el joven millonario se estableció en 1845 con la firme
decisión de adquirir una rápida ascensión social, objetivo que consiguió gracias
a la amistad de la familia con la Reina Madre María Cristina de Borbón, la
madre de Isabel II, que por entonces sufría un acomodado exilio en territorio
francés.
Con
estas credenciales, conoció a Ana de Torres, Córdoba, Sotomayor y Romo de Tovar y Bedoya, vizcondesa de Irueste y, a
la vez, hija única y huérfana de José de Torres, marqués de Villamejor, que
había fallecido en la indigencia. La viuda de este último fue incapaz de
afrontar los gastos que conllevaba el mantenimiento de los títulos honoríficos
familiares (marquesado de Villamejor, vizcondado de Irueste y señorío de
Romanones y Tovar), viéndose forzada a suspender su tenuta por falta de pago a
la hacienda real.
La
boda con Ana de Torres se celebró en Madrid, el 20 de marzo de 1852, entrando
así el llerenense en el selecto y reducido círculo de los títulos nobiliarios, pues,
como medida más inmediata, pagó los derechos reales pendientes de liquidar,
rehabilitando y recuperando para sí mismo el título de marqués de Villamejor, además
del vizcondado y los señoríos citados, títulos que más adelante ostentarían sus
importantes e influyentes descendientes,
elevando el vizcondado y los señoríos al rango de condados (Irueste, Romanones
y Tovar).
El
matrimonio trasladó su residencia a Francia. Primero a París y al año siguiente
a Marsella, donde se hizo cargo directamente de los negocios familiares. En
1860, cuando Marsella dejó de ser puerto estratégico para el control del comercio
del plomo europeo, don José Ignacio tomó la decisión de regresar a España,
fijando su residencia en Madrid.
Ya
en la capital del reino, trasladó sus negocios a la zona de Linares y La Carolina,
donde el marqués se convertiría en uno de los principales empresarios de la
minería y la metalurgia del plomo en el continente, participando en importantes
operaciones financieras, además de interesarse por el negocio inmobiliario.
En
efecto, sólo en Madrid adquirió más de 200 fincas urbanas, entre las que destacaba
el palacete familiar que se hizo construir en la más selecta zona de la
capital. En el blog
manuelblasmartinezmapes.blogspot.com/.../Ignacio…, bajo el título “Ignacio Figueroa y Mendieta, marqués de
Villamejor: Una vida bien aprovechada”, el autor incluye una interesante
biografía sobre el personaje, añadiendo cumplida información sobre su
residencia en Madrid.
El
referido Blas Martínez ubica el palacete sede de la residencia familiar al comienzo
del Paseo de la Castellana, cerca de la Plaza de Colón, congratulándose de que se
conservara casi indemne, y de que sobreviviera a los estragos de la piqueta
demoledora de las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo, que dio al
traste con numerosos edificios de esta naturaleza.
Más
adelante, su propiedad fue transferida al infante don Carlos de Borbón, adquiriéndola
después el Estado para dedicarlo a sede de la presidencia del Consejo de
Ministros entre 1914 y 1977, y, más adelante, como sede del Ministerio de Hacienda y Administraciones
Públicas.
Completando la biografía de
este acaudalado llerenense, el primer conde de Romanones, el más influyente de
sus hijos, refiere en sus memorias importantes y cariñosos datos sobre su
padre. Así, resalta la temeridad y desprecio al peligro de que hacía
gala, dando cuenta de los muchos lances de honor en los que intervino, aparte
de la gran afición a los caballos, siendo dueño de la famosa cuadra del Negralejo,
cercana a Madrid.
También resalta la faceta más oculta de literato y artista
(poeta, dibujante y pintor más que aficionado), aparte del dominio del francés
y el idioma de Shakespeare, a quien traducía. Y sin embargo, según sigue diciendo Romanones en sus memorias, don José Ignacio fue hombre trabajador y
sencillo, poco propicio a los títulos y honore
Cultivó también nuestro personaje el campo de la política, actividad de la que se
derivarían importantes ayudas para sus empresas. Así, fue diputado a Cortes por
Guadalajara entre 1864 y 1868, provincia en la que se asentaba el feudo
familiar del marquesado de Villamejor, y, más tarde, por el distrito gallego de
Puentedeume en 1872. Entre 1876 y 1877 repitió como diputado por Guadalajara, concluyendo
su actividad política como senador vitalicio hasta su fallecimiento, hecho que
ocurrió el 11 de marzo de 1899.
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